...es el principio y el fin.

martes, agosto 30, 2005

El último rato del Náufrago

Abrió el ojo, aunque era tarde, supongamos una siesta. El Naúfrago se levantó, espantando las legañas, y se rascó la barriga en un habitual gesto de despertarse un poco al mundo. Era raro, y tampoco se lo esperaba. Había pasado bastante tiempo desde que al barco le dió por morirse en alta mar y dejarlo tirado en medio de una Isla que estaba, por lo que El Náufrago había podido deducir, en medio de, exactamente, ninguna parte. Era raro, y tampoco se lo esperaba.

Se puso su ropa de náufrago inventada a mano, y decidió dejar dormir a Manolo un rato más. Después de todo, Manolo era un babuíno y tampoco tenía mucho que hacer el pobre esa mañana. Al salir de su tienda de náufrago isleño, le pareció de nuevo raro. Estamos casi seguros de que no se lo esperaba. La luz era un tanto extraña, y era la primera vez en su vida que veía un arcoiris de ese tamaño. Es posible que lo que le llamase la atención no fuese el humo, ni la niebla, ni la estampida de bichos y animales que escapaban por delante de la tienda. La luz, que esa mañana el sol despachaba polarizada, podría no ser tampoco. Estaba claro que la niebla, ni los volcanes, ni el huracán, ni los lobos mordidos por fieros mosquitos. Pero claro, tampoco se lo esperaba.



Frente a lo que solía ser la playa y daba al mar, y se extendían cientos de millas de la nada, mar adentro, había tierra. Estaba seca, y apenas había unos indecisos matojos asomando las orejas con timidez. Y en pendiente, y resultó que sería cuesta arriba, y escarpado a veces, y que haría siempre frío, o al menos muchas veces. El Náufrago no sabía si podría caminar descalzo como existía, sobre roca desnuda demasiado tiempo. Ignoraba si eso que parecía ser un camino frente a su tienda que ya no estaba en la playa acabaría en un foso de caimanes o lo conduciría a la afilada muerte cayendo sin previo aviso del filo de la hoja de un barranco. Se le añuzgó el susto en la garganta.

No se lo esperaba, pero era, qué demonios, un camino. Y hacía demasiado que quería encontrarlo. Así que se despidió de Manolo con fuertes abrazos, se calzó el sombrero sobre las orejeras y empezó a caminar.

Cosa que tampoco se esperaba.

martes, agosto 16, 2005

Para encontraros

Ha sido un verano extraño, pero lo he pasado bien. Ahora que el ejercicio de echar de menos empieza a mezclarse con la memoria de los ratos divertidos, las fotos me hacen bastante gracia. Salimos vestidos de payasos y de magos y de piratas y aparecen por detrás los monstruos mientras Caperusón Colorao visita a su ciber-abuelita.

Empezó cuesta arriba, pero así fue más interesante encontrarse con la meta. Demasiadas tapas, y ahora el kimono no me entra del todo, pero no puedo olvidar la compañía. Supongo, pasa, que se me acumulan dos semanas de golpe en la cabeza y os lo quiero contar de golpe todo, pero no me sale. Hemos trabajado muy poco, y no entendíamos nada, había demasiadas medusas que no nos dejaban bañarnos, me mordió una zodiak en el hombro, bailamos en una granja y debajo de una jaima. Cosa rara, nunca lo había hecho. Me ayudasteis a echar menos de menos el mundo, que ultimamente me perseguía a ratos.


Y fíjate tú, que de pronto nos salió el sol, las medusas se marcharon de paseo, o de merienda, y se me ocurre, viendo en casa todo el CD, que, definitivamante, nada de esto fue un error.

jueves, agosto 11, 2005

Extraña digestión

Y pasa que se llega, y un viaje tras otro viaje, tras otro viaje, no te deja digerir las cosas, y viajé en un avión, pero me caí poco antes de volver, y al llegar de vuelta me vestí de negro, y en una furgoneta y con katana me fui muy lejos, tardando muchas horas, y allí me secuestraron sin demasiado esfuerzo, y me llené encantado de sudor, de arena y de dos golpes que duraron varios días. Abandoné la ropa negra que entonces era marrón para llegar, el último y de noche al siguiente destino, que estaba cerca, pero muy lejos por culpa del tiempo, del los buses, y de las horas. Jugué a juegos, miré ojos, cogí manos, y entendía poco por las mañanas y las noches, otra vez, me duraban todo el día. Me preguntaron el porqué de las cosas, y trataba de olvidarlas, y resulta que no podía. Hizo frío en la playa, y córdoba me pilló por sorpresa, y nunca hablaba. Muchos nombres, y muchos momentos, ahora demasiados sin tiempo para reciclarlos en la cabeza, dormí con dolores y me desperté sin ellos, tengo un autógrafo que no entiendo y un trozo de playa en una herida que llevo en el hombro y en otro sitio. Hice magia con un pájaro que me enseñó (sin saberlo) a querer ser libre, pero no me sale. Me llamó un duende, muchas veces, y lo eché de menos un rato. Recibí cartas que no esperaba, mandé otras que no me imaginé, me casé con una flor y bailé sin errores varias veces. Me refugiaba en una jaima por las noches, y por las mañanas me quedaba dormido en un huequito de un teclado, sin custodia, y pasaron cosas con sevilla. Y cuando se levantaba, se acabó, y me fui sin pensarlo a otro sitio, lejos de allí pero menos de aquí, y se me mezclaron dos pasados, y una playa que me durmió hace un año, y gente que estaba allí, pero no eran los de antes, y una frase de Benedetti pintada de rosa, y un hueco en la memoria, pero no soy el que fuimos. Y llego y una chica que no es un anexo provoca una extraña digestión de todo esto.

Y un beso.