Que hay mucho hijo de puta suelto.
Pero no nos precipitemos. Primero lo primero.
Como algunos ya saben (la prince, la vaca, el kohaiesco), me ha dado por ir a correr por las mañanas, con la vana (¡ay!) y lamentable ilusión de que el Junan nos coja confesaos. El Junan es como llaman los japoneses al espanto hecho ejercicio, y es un horror que realizamos sustituyendo los entrenamientos habituales de dar patadas y lanzar estrellas de cuatro puntas por correr. Y correr. Y seguir corriendo. Y correr. Hasta vomitar. Pero hacerlo corriendo, porque NÓ* puedes parar.
El mundo se desdibuja a tus pies mientras la falta de oxígeno (y de gordos que corran menos que tú) nubla tu percepción y embota tus sentidos. Náuseas legamosas aporrean el estómago amenazando con escalar, vía esófago, a la garganta, y allí paz y después gloria. Los pies pesan y cada zancada más es una agonía de dolor lacerando los pulmones. La sangre se vuelve espesa y cada latido cercena venas y capilares, mutilando el sistema circulatorio, mientras el cerebro grita, inerme, que TE PARES DE UNA PUTA VEZ.
Y allí, en lontananza, en los pocos instantes que eres capaz de enfocar la visión moribunda por la falta alarmante de azúcares, se ven, alegremente frescachuelos y divertidos con el ejercicio, los atletas de siempre desafiando a mi sofá, mis tapas de verano y mi litera de siesta obligatoria de campo de trabajo.
Que salgo a correr. Y lo hago por las mañanas, en un alegre parquecillo al lado del piso donde habito ahora, a ser posible mañaneramente, cada día, no con mejor resultado, pero sí con uno menos lamentable. Al acabar la carrera (y BASTA YA de hablar de correr), con eso de que me creo ninja, practico un poco pateos, posturitas y golpes varios a la sombra, cual folclórica, de los pinos, para deleite y asombro de abueletes paseantes, borrachines vespertinos (vamos a uno nuevo por sesión), locos monologuistas, y paseantes y paseantas de perros y perras**.
Pero nunca había reparado en los jardineros. Hoy, como siempre, mientras me castigaba el cuerpo al estilo ninpo golpeando con las manos un robusto árbol, ví a lo lejos cómo dos jardineros charlaban entre ellos, mientras miraban de reojo al chalao de las patadas y los golpes a la maleza. Qué majos y dicharacheros, pensé.
Y una polla.
Al rato (al segundo), un aspersor oculto brota de nada dándome, por culo y en la cara, sin avisar y sin pedir permiso. Me cambio de árbol y amanecen otros tres aspersores, con turno de mañana y las ganas de joder que el jardinero, imagino que falto de frotamientos, destila hoy miércoles, de ceniza.
Pero, como pa chulo yo, ahí me quedo, al semirresguardo de uno de los arbolillos, mientras, infaustos, algunos escupitajos de los aspersores me seguían salpicando, ignorando el descojone de los jardineros (ella y él).
Acabada mi sesión de golpeteo, pongo rumbo a la orilla entre césped y arena, y a mi paso, uno tras otro, y sin excepción, todos los aspersores decidieron saludarme.
Y a 7 metros, el bastardo jardinero que vive reprimido porque no se folla a su compañera entre las matas, jugando al tiro al ninja, versión pato mojado.
Tranquilamente salí al camino, estiré un poco las articulaciones y ligamentos de las piernas, y practiqué dos golpes al aire.
Los mismos que en mi cabeza, le daba en la puta cara.
Cojones.
Que hay mucho hijo de puta suelto.
* en idioma shihan en el original
** ya lo se, Mu: demasiado Reverte.