...es el principio y el fin.

lunes, octubre 30, 2006

Koryu (la antigua tradición)

Me ha sido transmitido un Koryu (antigua tradición), que consiste en escoger un grupo o cantante, y responder una serie de preguntas. Al final de la lista, añado yo otra pregunta. Hagan lo mismo. Pasen y vean. El grupo o cantante es... ya saben, ese que canta:

- Banda o grupo elegido: Joaquín Ramón Martínez Sabina.

- ¿Eres hombre o mujer?: Juana la loca.
- Descríbete: Tan joven y tan viejo.
- ¿Qué sienten las personas acerca de tí?: Como te digo una "co" te digo la "o". Y "Esta boca es mía".
- ¿Cómo describirías tu anterior relación sentimental?: Oiga, doctor.
- Describe tu actual relación con tu novio(a) o pretendiente: El rocanrol de los idiotas*. Y el "Romance de la gentil dama y el rústico pastor".
- ¿Dónde quisieras estar ahora?: Contigo. Princesa.
- ¿Cómo eres respecto al amor?: ¡El Capitán de su calle!
- ¿Cómo es tu vida?: Como un explorador.
- ¿Qué pedirías si tuvieras un sólo deseo?: Más de cien mentiras.
- Escribe una cita o frase sabia: Yo también sé jugarme la boca.
- Ahora despídete: Carguen, apunten, fuego*.

La pregunta que añado yo es:

- ¿Dónde andaremos mañana? A la orilla de la chimenea.
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* ¡Riesgo extremo de LRV!
** y después, "Quédate a dormir".

miércoles, octubre 25, 2006

Me plantó la princesita azul

Ella lo entenderá al revés, siendo fiel a su LRV. Pero no sale de mí, sino de ese que canta. a veces, en vez de pisar el mundo, sólo apetece blues:

Rana salió
la princesita:
falda, tacón
y unas braguitas
de quita y pon.
Rubia de bote,
sin corazón,
y en el escote,
la ermita del deseo,
donde se arrodillan los ateos.

No era mujer
para un poeta.
La liquidez,
era su meta.
Mi sex-appeal
cayó en picado
cuando me vi
hipotecado
y en mitad de un blues
me plantó la princesita azul.

Luego volví
donde el olvido,
que es un país
tan aburrido...
Terca pasión,
dulce tormento,
yo, tan mayor
y no escarmiento.
En mitad de un blues
me plantó la princesita azul.

Se me dormía
con la Novena;
no digería
"La Magdalena"
de Marcel Proust.
Si me pillaba
cantando un blues,
me regañaba;
pero en un colchón,
mejoraba mi mejor canción.

Luego volví
donde el olvido,
Mi único amor
correspondido,
Terca pasión,
dulce el tormento,
yo, tan mayor
y no escarmiento.
En mitad de un blues
me plantó la princesita azul.

martes, octubre 17, 2006

¿Dónde van los calcetines?

¿Dónde van los calcetines que pierden la pareja en el éxodo de lavadoras? Hoy, cosa curiosa y me temo que demasiado habitual, me he despistado un momento entrenado y he visto un saco enorme que contuvo patatas lleno de ropa, que a veces empleamos para golpear, con puños, y a veces patadas.

Una fugaz e inconsistente reflexión me roza la consciencia y se apaga, dejando al saco lleno de ropa esta vez lleno de interrogantes. Resulta que ese saco fue cedido por un compañero de entrenamientos, y la ropa que lo sustenta por dentro y le hace cumplir su objetivo de saco en esta vida triste, fue donada por todos nosotros, los ciento veinte, quizá más, quizá menos del grupo ese de señores vestidos de negro que dan patadas.

El saco habita una esquina de una instalación deportiva de la Universidad de Valladolid, infraestructura en ruinas que alberga y quita el frío de la lluvia de la meseta a ninjas, practicantes de taichi y de yoga, karatekas y judocas, señores que se aprenden a defender, y cuenta la leyenda, que en cierta ocasión, a bailarines de salón. Todos compartiendo suelo, sudor y cucarachas, indígenas aborígenes por derecho propio de la mazmorra en la que entreno.

Nadie, salvo nosotros, sabe que existe ese saco, reposando cansado e incolgable en una esquina de esa mazmorra.

Parece mentira que en una época en la que cada persona tiene un número y un chip en la tarjeta que acredita su identidad, quede un refugio pequeño, un hueco en forma de saco alrededor de la realidad del que nadie, salvo los que le dieron vida con camisetas viejas y calcetines viudos, conoce su existencia. Una isla desconocida que nadie echará de menos, porque no existe en ninguna lista, en ningún inventario, en ningún registro.

Huérfano el día de mañana, cuando deje de ser una ilusión y propiedad colectiva semioculta en una esquina de mazmorra.

¿Pero hoy? Un estandarte que contuvo patatas y que hoy nos recuerda que siempre es posible dar esquinazo al mundo, y que pese a todo, siempre quedan trocitos de libertad.

Por todas partes.

miércoles, octubre 11, 2006

Caminando por la vida


Poniendo a toda pastilla al amigo Melendi, para que entre el ritmillo por bulerías, como diría Paco el Nigromante, cerramos círculos, ciclos, y caminitos de Jerez.

Un año más, que no me ha gustado salvo detalles, se borra y se escapa, quedándose en la memoria y en la tensión acumulada. El primer señor que llamé maestro, y primero en enseñarme a tirar a otros señoeres al suelo decía que se aprende más cuando se pierde que cuando se gana. Así que lejos de olvidar este año malo, y su mala primavera, tomo nota en los márgenes del cuaderno de escribir cosas sin formato digital, y corrijo lo que, esta vez, que ya no quedan cartuchos, tiene que salir bien. Mañana haré efectiva, y espero que eficaz, la última matrícula de la carrera que me aleja, un año más, de la paz y la cordura. Y la magia, traviesa, inconstante y veleidosa (amante de lujo, y muy esquiva), me ofrece, como suele, su mano y demás cuando se me vuelve oscuro el mundo: aparece, con focos y un micrófono nuevo, para hacerme olvidar el mundo por un rato. El Café teatro, cómplice de ideas y fracasos, se abre de piernas y telón otra vez el día 29. Y abrá más sitios, y espero veros, y que me leais el corazón a través del pensamiento.

Los kimonos, en negro y plena forma empiezan el doloroso rodaje del principio, y me permito el irreverente lujo de abrir otra página en blanco con mi vida.

Por otro lado, España se sigue cayendo lingüisticamente a pedazos, cada día gruño más por el idioma, y no consigo soportar los mensajes de móvil con abreviaturas. Demasiado reverte, demasiado Sabina, demasiado Savater.

Pero la vida, y Ella, son maravillosas.

lunes, octubre 09, 2006

Viva la madre que nos parió

Tiempo ha que el flaco no nos honraba. Me uno a la ola de españolismo, vía Joaquín:

Mater España

Máter España
de barba peregrina,
que falta a misa de doce,
que no conoce rutina,
masona, judía, cristiana,
pagana y moruna.
Máter España,
más guapa que ninguna.
Madrastra España
a la hora de la siesta,
la puta que se enamora,
la fruta que se indigesta,
que al filo de la cucaña
mira pa otro lado.
bendita España
de Azañas y Machados.

Cómplice España
tormento redentor,
Perejil, Ceuta y Melilla,
cotos de caza menor,
catalán, galego, euskera,
lacandón, Castilla,
tópica España,
fibra óptica y ladillas.

Huérfana España
raíces y cimientos,
epidemias, cicatrices,
blasfemias y sacramentos,
¿por quién doblan las campanas?
San Fermín en vena,
la de Triana
contra la Macarena.

Judas España
del mus y del café,
Al Andalus, Malasaña,
gitanito aserejé,
la del mono azul cobalto
y el caballo verde,
guardia de asalto
que ladra pero muerde.

Chusco y legaña
de todas o ninguno,
tricolor bandera blanca,
Millán Astray, Unamuno,
cervantina cojitranca
de áspero pasado
¿Quién me ha robado
el siglo veintiuno?

Máter España..
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"Mater España" aparece en el disco "Alivio de Luto", de Joaquín Sabina.

jueves, octubre 05, 2006

La Madrina de Hierro

Se llama Adela, pero toda la vida la he llamado Madrina. Y como yo, todos mis hermanos, aunque la única ahijada según una iglesia de Palma de Mallorca, sea mi hermana Laila. Pero a ella, que aunque es pecado siempre se toma un whiskito antes de la procesión de la soledad (ataviada de Manola, y como camarera Mayor desde hace casi cuarenta años), nunca le ha importado, y se ha dedicado, ignorando por completo que nuestra sangre y la suya no tienen nada que ver, a apadrinarnos a todos, a golpe de cariño, y desde una enternecedora extrema derecha, nostálgica, pero muy comprensiva.

La Madrina, a la que llaman Marichu todos sus amigos (menos un señor con barba, que la llamaba Maruchi, pero es que él era así) ha tenido un susto gordo. Uno gordísimo, pero en su habitual estilo de invulnerabilidad de señora de la postguerra, quiere quitarle hierro al asunto, y evita quejarse, y ya intenta ponernos a todos firmes y sonreír un poquito cuando mi hermano Gabi va al hospital a visitarla con una que dice que no es su novia, y La Madrina la piropea y le dice guapa, y ella sonríe y se despide con un beso de una señora encantadora, a la que (la pobre niña ignora lo que se ha perdido) es la primera vez que ve.

El susto este que ha tenido la Madrina de Hierro ha sido en su casa, un piso precioso lleno de huecos, de libros y de cosas en las paredes que a veces nos regala antes de que se las pidamos, supongo que nos lo huele en la mirada, una casa en la que el despacho de Rafa (el Madrino) sigue intacto como si fuese ayer el día que nos dió el último caramelo, haciendo un chiste a través de la traqueotomía que sólo mi padre entendía.

La pobre e indestructible Madrina resbaló, o se desmayó, dice que no se acuerda, el Lunes por la tarde, rompiéndose seis costillas, la clavícula, perforándose un pulmón y quedándose, solita e inerme, tendida en el suelo, recuperando a ratos la consciencia, sin poderse levantar, sin comer ni beber y con el pulmón aquel encharcándose, hasta el miércoles por la mañana, cuando su asistenta la encontró al ir a hacer la limpieza, como todos los miércoles.

La Madrina ayer parecía diminuta en su cama del clínico, con los ojos azules y pizpiretos muy poco azules y muy poco pizpiretos, llenos de miedo y rezumando el susto que había pasado, y, me temo, un susto mucho peor que le entra a la gente mayor cuando el mundo se le cae al suelo. La Madrina casi no podía ni hablar, estaba levemente desnutrida y muy deshidratada, y casi dos días sin beber vistos desde ochenta y dos años, son una absoluta eternidad en la que parece dolerte todo. Un tubo incrustado en su costado drena sin pararse la sangre del pulmón, y tiene sed cada minuto.

Hoy, jueves, ya hablaba, algo más alegre, con el miedo de los ojos rebajado por las cientos de visitas que, ríen las enfermeras, parece haber recibido, comía ella sola y sentada en una silla, y le dió tiempo a quejarse por tener que usar la mano izquierda (ella, y cito, la izquierda ni para merendar) y a darnos un par de órdenes, ponernos firmes, y decirnos que estudiásemos. El costado derecho sigue doliéndole horrores y apenas puede levantar la mano, y el drenaje, incómodo salvavidas de emergencia, prosigue su lento trabajo, doloroso e imprescindible, testigo mudo de la poca sangre que queda ya fuera de su sitio.

Me despedí de ella esta tarde prometiendo ir mañana al salir de clase, y se quejó diciendome que no me molestase y que fuese a trabajar, o que estudiase. Le dí un beso y me devolvió una mirada azul, y más pizpireta, desde luego, que la de ayer. Y sé, claro, que menos que la de mañana.

Se llama Adela, La Madrina.

Y siempre ha estado.