...es el principio y el fin.

lunes, abril 30, 2007

Esdrujulario

Única tónica pública, cúspide con óxido de antiquísimas miríadas de ósculos, pero es secretísimo que recóndito está el ínclito espíritu de la música mágica. Bailabanlo, rápidos, lentísimos, erógenos... fanáticos, místicos, con y sin víveres, pero espléndidos. Líricos estímulos eróticos hicieron de antígeno contra el fármaco ilegítimo del diáfano espectáculo amantísimo

Ácido catálogo de cláusulas tétricas y diálogos estériles, con público no son lícitas máscaras románticas, sólo es válido el lívido y raquítico oxígeno con óxido que aéreo y maléfico deviene ingrávido.

¿Crónica y resúmenes?

Ósculos legítimos en miríadas.

Y esdrújulas. Intrépidas esdrújulas.

Peligrosísimas.

Dioses menores

Como hijos de un dios menor, piensan, recuerdan, buscan, no encuentran, recuerdan otra vez, ríen y lloran en una amplia escala de tiempos verbales.

Mutilados en el corazón y la memoria, se confunden, se miran, se cambian, se equivocan. Es complicado mirarse a los ojos desde cubiertas que son de barcos diferentes. Compleja y peligrosa, la marea tras la última tempestad revuelve banderas y enturbia brújulas que marcan, a ratos, rumbos que ya no le corresponden.

Los dioses pequeños no lo pueden todo, y en su defectuosa y escandalosa humanidad, yerran.

Disparando flechas a dianas que no existen.

Y dejando de hacerlo cuando uno de ellos entiende, dolido, que no quedan flechas.

O que quizá nunca las hubo.

No llora, pero dejando a un lado el arco, camina.

Triste y callado. Y triste.

Como el hijo de un dios menor.

jueves, abril 26, 2007

El Durmiente ha despertado

No fuimos el viernes con un tímido sol que amenazaba pronta primavera, y volvimos el lunes con noche y aire de julio. ¿Qué ocurrió en el ínterin?

Pues la de siempre, en estas fechas. Reímos, bailamos, sufrimos, sudamos, practicamos, vientos de treinta y cuatro generaciones nos susurraron al oído, reencontramos compañeros de entrenamiento, nos quemamos las manos y las muñecas y casi me arranca la mano un señor con un tatuaje de demonio en el brazo. Esquivamos, golpeamos, volvimos a empezar y a recargar cierto tipo depilas vestidas con kimono que creía empezaban a gastarse. A menudo dejas de ver el horizonte si lo miras demasiado. A golpe de Bloody Mary esquivamos las resacas, alojamiento en los apartamentos, treinta euros, comida y bebida para los cuatro días, sesenta euros.

Ver a Luis luchando por sobrevivir apestando a alcoholes y fenoles durante un entrenamiento, no tiene precio.

Va a tener razón el abuelo ese de Japón cuando dice que con su Bûdo, pretende enseñar vida.

El curso de este año en Comillas sólo hubiese podido mejorar con un detalle. Una criatura ultraterrena que ha abandonado el plano material para finalizar su infecta etapa de larva y eclosionar como ingeniero de la muerte en un yermo país de hielo. Sí, monstruos y monstruas: les hablo de
El Capitán.

Pero Él regresará a la Tierra.

El durmiente ha despertado.

viernes, abril 20, 2007

Arde París


Es una excusa triste. Pero es que iba con prisa. Era uno de esos días que tengo en que me voy fijando en las personas. Ignoro cómo sería su día, pero él llevaba la mirada cansada y el paso quedo, casi, diría, interrogante.

No fue más que un momento, breve, pero muy conciso, mientras regresaba yo a mi casa de hacer compras, por haber mantenencia. El otro señor vestía de marrón, de marrón viejo, acorde con la forma de andar y con las arrugas ancianas de betún que le hacían un mapa del pasado en los surcos de la cara. Una barba enorme, de filme de piratas, blanca, negra y amarilla, bigote a juego, cartón de vino junto con el olor correspondiente y los ojos grises, de despiste, de miedo, de pérdida y de desilusión. De pasado.

Ya me había fijado mientras cruzaba a la torera en que paraba a cada persona que con él se cruzara, y lo mismo hizo el vagabundo de los ojos grises conmigo.

- ¿Dónde está París? – me preguntó.
- No sé.

Es una excusa triste.

Pero es que iba con prisa.

lunes, abril 09, 2007

Evos extraños

En estos días inciertos, dice el bolero, a los que se divierten haciendo cosas raras nos ocurre de todo.

¿Dobles lecturas? Una nos ocurrió el sábado, en la esperadísima fiesta de disfraces. Los años 20, y 30, y 40 sirvieron de marco a la imaginación para que un grupo de raros objetores de la realidad jugasen a jugar y a interpretar porque les apetecía. Pese a ser un debut creativo y pintado a matacaballo, la experiencia salió bien y el amor, parece, ganó enteros en el mundo friki. Enhorabuena a los premiados.

Les ahorraré la mala experiencia económica en forma de dueña de local con mucho morro: seamos elegantes.

Pero esta semana han sucedido muchas más cosas: niños en estado silvestre aprendiendo a construir magia, y preadolescentes en estado salvaje haciendo figuras con globos me ocuparon los tres primeros días.

La inefable y necesaria visita de JL desde Granada hace que el resto se desdibuje, durmiendo de día, viviendo de noche, azarosa mezcla de Los Bingueros y las canciones antiguas del Sabina. Para qué contarles, amigos, copas, risas, excesos, alguna vomitona. Amor sí, pero de amigos, pese a lo que andan pensando las vecinas de enfrente.

Entrada de blog desordenada y extraña, para evos desordenados y extraños.

En estos días inciertos.

sábado, abril 07, 2007

El cristal con que lo miro

A mi, que igual no lo sabían, me gusta un señor que se llama Quevedo. El Siglo de Oro (término que nos colocó un historiador de ALbión, en un raro caso de buen tino) fue una época maravillosa, capaz de los mayores espantos y de las más altas glorias.

El tal Quevedo tuvo la maravillosa mala suerte de compartir época y lugares con Lope (Lope el monstruo, lo llamaba él, quitándose el sombrero) de Vega, el Fénix de los ingenios. Describir a ambos titanes de las letras con palabras se me antoja, este rato, casi insultante.

Pero a lo que iba: un versillo de Quevedo, "de anciana habitación era despojos", me viene hoy como anillo al dedo, en esta casa de locos y de desprecios, dondo todas las palabras con con doble fondo y nadie es lo que aparenta.

Cristianismo de todo a cien y compostura de cuando te miran, tiznada con derechismo desfasado por inercia, y volver a entrar donde fue mi cuarto y descubrir, oh, dolor, que continúa siendo un puto trastero y que soy la única persona de esta casa a la que se le niega emplear su cama. Al menos esta noche me disfrazaré de fakir, pero porque me apetece y sin engaños.

¿Lo grave?
Que parece ser que sólo yo me doy cuenta. Quizá es culpa mía, o del cristal con que lo miro.

Al otro lado del mar, triste, miro a una princesa.

Que al menos es de colores.