...es el principio y el fin.

jueves, diciembre 20, 2007

Las Horas Buenas

Omedeto.

Aprendí la palabra antes de ayer, de boca de un discípulo (así lo llama mi hermano) que se torna, de vez en cuando en el maestro.

Significa "enhorabuena".

Y en español, "enhorabuena" no significa solo "felicidades".

Significa que algo bueno te está ocurriendo en esa hora, en ese momento concreto. En ese día.

Para unos pocos allegados (que ya han llegado, guiño, gueño), hubo una Hora Buena hace poco, momento en el que traspasaron una barrera que pasa del sexto al quinto. A mitad de un camino.

Alguno maestros zen afirman que la mitad del camino es momento idóneo para detenerse. Para pararse a reflexionar. El final del camino está lo suficientemente lejos para tomarnos ese descanso de perspectiva, y el principio queda lo suficientemente lejos como para que nadie quiera dejar de caminar. No porque haya sido fácil, sino porque has llegado más lejos de lo que pensabas cuando empezaste a caminar. El lugar donde te encuentras está más allá del horizonte que se veía al levantar el pie del primer paso. La mitad del camino es una Hora Buena. Debe ser el invierno, y que ha nevado, pero me sentía zen esta tarde. Hay quien se siente poeta del siglo diecinueve, pero no es mi caso hoy. Viejas costumbres que encuentran nuevos corazones que habitar. Viejas prácticas repetidas en personas nuevas.

Nuevos caminantes que recorren un camino ya recorrido por otros, que no están tan lejos.

Imagino que eso es a lo que se refería Lope cuando hablaba de la inmortalidad. Imagino que es a lo que se refiere Hatsumi cuando habla de vida, y budo, y de infinitud.

Sé que es a lo que me refiero yo, que me encantan Los Inmortales.

Bienvenidos a un nuevo trayecto de un camino infinito, chicos.

Omedeto.

En Hora Buena.

lunes, diciembre 10, 2007

Estados Alterados de Inconsciencia

Esta que veis de rostro amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.

Pisó por ella el uno y otro lado
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Montiel, hasta el herboso
llano de Aranjuez, a pie y cansado.

Culpa de «Rocinante». ¡Oh dura estrella!
Que esta manchega dama, y este invito
andante caballero, en tiernos años,

ella dejó, muriendo, de ser bella:
y él, aunque queda en mármoles escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.

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Espero que no me suceda como a don Quijote y esté viendo (y mirando) visiones. A ojo de buen cubero, que diría El Artesano, me parece que no. Pero cuando el objeto que miras, y su perspectiva, está tan cerca del foco de visión, es normal que se produzcan errores, aunque no diviso ninguno.

¿Náufrago de nuevo? Parece ser que La Isla Interminable se acabó del todo, habiéndome dejado una sinpar habilidad para nadar. Ahora, con flotador, me paseo a la deriva dando vueltas en una isla en la que, si bien no vivo (aún) he dejado una caseta construida para los ratos que paso por allí, que empiezan a ser bastantes, y sospechosos habituales.

La Zíngara la vió, y dice que es maja.

Ya veremos.

De momento, APK3: Un paseo por el parque.

martes, diciembre 04, 2007

Vane cierra las cortinas


Cuando Dios va y le cierra las ventanas,
Vanesita le pone unas cortinas
que se abren cuando el alba se avecina
y la pintan de luz por las mañanas.

La Prince Guapa (que jamás decide)
le pide al Mago Guapo de este cuento
que deciden cuidarse en plan discreto
evitando arrumacos que reinciden.

Que no se preocupe usted, princesa,
que el cuento no termina en este caso
con la palabra FIN en las esquinas.

Que Momo empieza un cuento con Vanesa,
y cuando el mundo va y le da un portazo
mi Princesa va y descorre las cortinas.

lunes, diciembre 03, 2007

¡Ad Gladios!

Eres Marcvs Secvndvs, o al menos ese es el nombre al que respondes desde hace siglos. Tu verdadero nombre es Antonivs Primvs, y eres hijo de un senador romano, de quien tomaste tu nombre actual. Ya desde joven decidiste que la vida política no era para ti, y emprendiste una carrera militar de gran éxito, comenzando con el grado de centurión gracias al rango que caracterizaba a tu familia. Te distinguiste en diversas campañas durante la Guerra de las Galias y llegaste a servir a las órdenes del estratega más genial que nunca hayas conocido: Cayo Julio César. Lo apoyaste firmemente durante la guerra civil contra la facción conservadora de la República Romana, apoyo el cual te valió el ascenso a general.

Pero no sólo eso. Además de tu gran habilidad como estratega, un augur venido de una lejana isla de Grecia te ofreció sus servicios. Su aspecto era repugnante, de baja estatura y cubierto de pústulas y bubas que supuraban a veces, sólo se dejaba ver de noche, permanentemente encapuchado. Su nombre: El Civateo. Sin embargo, pese a su aspecto deforme, su habilidad como vidente estaba fuera de toda duda. Siempre claro y conciso, a diferencia de los adivinos menores que envolvían sus juegos de salón entre palabras vanas y poesía de tabernae. Con su ayuda, pronto tuviste gran éxito en las batallas en la Germania Citerior, conquistando, para mayor gloria de tu imperio enormes extensiones y ricas provincias. Sin embargo, cierto día El Civateo desapareció. La noche anterior te narró una extraña historia sobre murciélagos que no entendiste del todo, y te advirtió que la próxima vez que lo vieras nunca sería olvidada. Al poco de marcharse, una bruja del norte ocupó su lugar. El nombre con el que se presentó fue Gasthira.

Los meses pasaron, el imperio se expandía. La noche antes de regresar a Roma tras las campaña de Britannia, El Civateo regresó a tu vida. De noche, como un ladrón, entró en tu tienda de campaña. Te golpeó con una fuerza inusitada para un hombre de su edad y constitución. Se agachó para colocarse a la altura del suelo en que yacías tras el golpe. Sus palabras nunca se te olvidarán: “Soy El Civateo, discípulo de Nósphoros, el Portador de Enfermedades”. Y acto seguido te mordió en el cuello. Paralizado, sentiste como la sangre y la vida abandonaban tu cuerpo.

Y moriste.

O eso creías. Varios días después te despertaste en un túmulo en algún bosque perdido de Germania, con El Civateo a tu lado. Te explicó tu nueva condición, te enseñó a sobrevivir a ojos de los mortales, te presentó a tus hermanos… y once años después te traicionó. Pero esa es otra historia.

Como inmortal, has visto el auge y caída de vidas, de hombres, de imperios y dinastía. Has sabido emplear todo ese tiempo para amasar una increíble fortuna y una enorme red de influencias. Pero a veces, cuando la sangre que has bebido tiene demasiado vino y comienzas a delirar melancólicamente en latín sin darte cuenta, rememoras una vida antigua, una vida perdida, donde todo era más sencillo y el sonido de una trompeta anunciaba el amanecer de un nuevo día de campaña…