Ayer, ayer, sábado tres.
Para situarnos.
Era uno de esos días en los que uno se viste de negro y se va al campo (¡qué rico sabe todo en el campo!) a hacer mil veces shomen. Mil cortes al aire.
Un entrenamiento de esos.
¿Mil cortes? Parecen muchos, pero todo el mundo los completa. Nuestro espíritu (ya lo hemos visto otras veces) es mucho más resistente que nuestra carne.
También era el día para agradecer a nuestros hermanos mayores las cosas buenas que han hecho por nosotros en este año. Un año más, hacia delante.
Yo no fui: el espectáculo debía continuar.
¿Merece la pena saltarse uno de los entrenamientos más importantes del año para reducir a nueve niños a una carcajeante masa de espectadores asombrados?
Igual viene un ninja de Iga y me mata por decirlo.
Sí.
Pero es que últimamente me importan mucho las sonrisas.
Para situarnos.
Era uno de esos días en los que uno se viste de negro y se va al campo (¡qué rico sabe todo en el campo!) a hacer mil veces shomen. Mil cortes al aire.
Un entrenamiento de esos.
¿Mil cortes? Parecen muchos, pero todo el mundo los completa. Nuestro espíritu (ya lo hemos visto otras veces) es mucho más resistente que nuestra carne.
También era el día para agradecer a nuestros hermanos mayores las cosas buenas que han hecho por nosotros en este año. Un año más, hacia delante.
Yo no fui: el espectáculo debía continuar.
¿Merece la pena saltarse uno de los entrenamientos más importantes del año para reducir a nueve niños a una carcajeante masa de espectadores asombrados?
Igual viene un ninja de Iga y me mata por decirlo.
Sí.
Pero es que últimamente me importan mucho las sonrisas.