...es el principio y el fin.

sábado, octubre 24, 2009

El burlador en Sevilla - Sala de esgrima


Un mes, cumple mañana.

Quisiera haber escrito antes, más no pude, no supe, o cualquier otro inexcusable impedimento que me quieran achacar.

¿Qué contarles? Oro y ceniza en los mismos lugares que camino. Huele a azahar a orillas del Guadalquivir, y las paredes de las casas están teñidas de hollín. Está Lorca y sin embargo nadie parece haberlo leído nunca.

Con firmes y notables excepciones.

He hallado Sala de Esgrima. No es, me temo, como la que yo solía frecuentar en Castilla. Digamos que no veo a ninguno de mis nuevos compañeros hilvanando soneto alguno, pero sí esgrimiendo con fuerza y carácter ignorando heridas y estocadas. Buena esgrima. Poco pulida y desde luego, menos elegante que la que aprendí en la escuela de don José Manuel, pero no seré yo el que dude de lo mortal de cuanto estoy aprendiendo aquí. Iluminador.

Encontré lugar donde comprar alimentos del oriente, donde adquirir miniaturas de escenas que pueda pintar, y diversas plazas donde ir a rezar cuando las claras del alba disipan el humo de las tabernas.

Ah, y, Padre Joaquín...

Hay un infeliz a orillas del Guadalquivir que se negó a tirar a primera sangre. Lo lamento.

Vayan con dios.

lunes, octubre 19, 2009

Kan ya makan (érase una vez)


(extracto de "Historia verdadera de todo cuanto vi", de Alí Ibn Kipran)

Kan ya makan…

¡Sea alabado mil veces mil el nombre de Alá, malik del cielo, en todas sus formas! ¡Sea después el nombre del profeta! Que ambos colmen de bienes a los hombres de la fe de todo el mundo, y a sus hijos, y a los hijos de sus hijos.

En el nombre de Alá, el mil veces misericordioso, cuento esta historia verdadera en el último de los días de mi vida, pues ella y mi memoria han sido largas, y no quiero que muera esta al morir aquella.

Mi nombre es Alí Ibn Kipran Ibn Iusuf, al que llaman Al Hussan los que no son médicos, y padre mis hijos.

De ellos os hablaré hoy en mi última historia verdadera.

¡Alá el grande bendiga diez mil diez veces a mi esposa por haberme llenado de felicidad con los frutos de su vientre! ¡Derrame la voluntad inefable del malik del cielo la dicha sobre mi hija primogénita!

Es ella de piel blanca y cabello cobrizo, de dulce gesto y singular belleza. ¿Qué padre de la tierra no ve en su hija la belleza? Cien veces más la veo yo en ella. Estudió las leyes del hombre y las leyes de Alá, pues es la más sabia y la más piadosa de mis hijos. Es, de todos ellos, la única que cumple con todos los preceptos de la fe, y a la que pido interceda por sus hermanos cuando estos duden ante los avatares que la voluntad del rey del cielo interponga en sus caminos. Le pusimos de nombre el nombre de la luna, para no olvide ella ni ninguno de sus hermanos de dónde viene su estirpe, y a ella, mi primogénita nombro guardiana de mi nombre y del de mi padre.

¡Sea así voluntad de Alá si el mil veces grande desea concedérmelo!

¿Quién podía imaginar los sueños e ilusiones que anidaban en el corazón de mi segundo hijo? Ni su madre ni yo lo adivinamos cuando lo veíamos de niño mirando el cielo, y a las aves que lo surcan, con ojos azules que buscan liberarse de toda atadura. Ya de muy pequeño aprendió a hablar las lenguas de los hombres, y de los pájaros, y de todas las criaturas que habitan en la tierra. La lengua blanda y educada de los habitantes de la isla envuelta en brumas del Oeste, el meloso y dulce habla de los poetas del norte que viven en casas de acero y de cristal, la charla afilada y cortante de los grandes guerreros infieles que adoran a muchos dioses y uno de ellos es tuerto. Compró a un mercader de tierras de ultramar un aparato de mágico ensueño que le permitía remontar los aires como los pájaros que en su niñez miraba. Y así vive, llevando a hombres y mujeres de país en país y de tierra en tierra, pues conoce todas las lenguas y ha visto todos los lugares donde se ha derramado la luz de Alá, y trayendo a su hogar, que antes fuera el mío, objetos fenomenales de todos los rincones de la tierra. Nunca se detenga su vuelo ni los deseos de su corazón.

¡Sea así voluntad de Alá si el mil veces grande desea concedérmelo!

Os hablaré ahora de mi tercer vástago, orgullo que me hace sonreír, pues por dos veces el grande honró a mi esposa con hijos cuyos rostros y hechuras rememoraban su abolengo, pues ella era blanca como ya dije, y él alto y de pelo dorado, de ojos como el aguamarina. En el tercer fruto de nuestro amor, la providencia sagrada del único dios verdadero trajo un hijo que llamaba sangre a mi sangre, pues es de pelo y faz oscura, ensortijado su cabello casi negro, como fuera el mío antes de encanecer, y dejó crecer, para mi orgullo, su barba para asemejarse más a mí. De muy niño comenzó a estudiar las artes de la lucha con maestros cuyos maestros vinieron de las islas del oriente, y aprendió cómo derribar a hombres diez veces más grandes con un solo gesto de su mano, cómo luchar con todas las armas que el hombre ha creado y a ser invencible cuando esgrimía el sable que de mí heredó, tan grande como era su destreza. Aprendió más tarde los secretos y nombres de la hechicería, y cuentan los hombres que lo han visto que puede adivinar los pensamientos y conocer los hechos antes de que ocurran. Use tal destreza y la magia que su estudio le ha proporcionado para traer la paz y no el dolor a todos los hombres que en su camino encuentre.

¡Sea así voluntad de Alá si el mil veces grande desea concedérmelo!

Y sin embargo, la cuarta vez que mi esposa me llenó de dicha y alegría con los frutos de su vientre, otro niño de piel como la nieve recién caída y ojos como los cielos grises del Norte lloró en mis manos por primera vez. Muchas serían después las ocasiones en las que oiría el sonido de su voz, pues conversé con él largas horas y largos días, porque era el apetito de su alma los mismo libros y las mismas historias que yo de joven ya leyera. El don que Alá quiso entregar a mi hijo fue tardío, pero como la antracita que yace bajo la tierra, su lenta combustión proporcionó la más viva de las llamas. Poseen sus dedos la habilidad de plasmar las imágenes de los hechos de los hombres y de los hechos de la imaginación, y de hacer con ellas reír, o llorar, o sonreír y asentir por el ingenio, como hacen las palabras que tejen los poetas y los que cantan esas palabras. Es su espíritu un lugar de vívidos colores y sus ojos un privilegio de la voluntad divina, pues con ellos ve las formas y las luces de formas que volverían loco al hombre menor, y después transforma lo que ve en una obra que será cantada mientras se oiga la palabra del profeta.

¡Sea así voluntad de Alá si el mil veces grande desea concedérmelo!

lunes, octubre 12, 2009

Papel mojado - Una canción (como) de las de antes

Aprendimos a mirar
con hambre los calendarios,
naufraguitos a diario
a ambas orillas del mar,

Aprendimos a jugar
al póker con cartas malas,
la soledad daba alas
al que quería volar.

Cansado de parecer
una canción de Sabina,
siempre se desafina
Al apostar y perder.

¿Quiénes fuimos, dónde estamos, dónde están?
¿Dónde quedó el sol y la marea?
Qué pocas veces se planea
sobrevivir al huracán.

Demasiadas veces te escribí
y acabó siendo
papel mojado,
¿Cuándo he callado
yo, aprendiendo
a olvidarte de ti?

No supimos mantener
mucha tierra conquistada,
los malos cuentos de hadas
no saben envejecer.

Siempre creo que fue ayer
cuando perdí la armadura
en la fiesta de clausura
de quienes creía ser.

Acostumbrado a viajar,
me escapé de donde estaba
empapado de las babas
salpicando al naufragar.

¿Dónde estamos, quiénes fuimos, qué pasó?
¿Dónde quedó el sol y la marea?
Qué pocas veces se planea
anochecer cuando no hay sol.

Demasiadas veces te escribí
y acabó siendo
papel mojado,
¿Cuándo he callado
yo, aprendiendo
a olvidarme de ti?



Demasiadas veces te escribí
y acabó siendo
papel mojado,
para olvidar,
papel mojado,
bajo el mar,
papel mojado,
sobre el papel,
papel mojado,
que yo firmé,
papel mojado,
crisis de fe,
papel mojado,
verde y azul,
papel mojado,
lo mojas tú,
papel mojado,
bajo tus pies,
papel mojado,
me voy al sur,
papel mojado.
contra tu piel,
papel mojado...

Nuevas 303 cosas que hacer en gravedad cero


Desmayarme, atreverme, estar furioso, coge el ave y escaparme, usar guantes de boxeo, beber gazpacho, esperar después del postre a cierta vaca, hablar con Tarkel, decirle a Gueño que adelante.

3 nuevos compañeros, 1 aventura de 4, 5, 6 meses, 1 instructor con tatuajes, 1 hora más tarde, 1 hombre sin zapato, 2 calzonas, 3 latas de cerveza sin alcohol, 1 memoria incapaz de apagarse pensando en casa, 30 grados a la sombra, 2 socios, 1 canario que no canta, 2 duendes gorditos hijos de una que es rara, 3 libros de magia, 3 manuales de jugar al rol, 11 miniaturas, 41 botas de pintura, 6 chozas, 1 armario fichero en la distancia, ningún kimono, 1 shihan llamando y preguntando.

2000 calorías, 1 libro de nutrición en el idioma ese que estudia Samu, 1 rave, 1 dama de morado que huele que descoloca a los canallas, 1 cebra de ojos verdes, 160 al mes en el exilio, 2 guantes, 17 calzoncillos, 29 chapas que robé a Josito, 3 recuersdos personales, 14 frikis de los buenos esperando, 3 lugares donde dormir cuando me pierdo, 1 luz al final de túnel y 1057 naranjos esperando a abril para perfumar el mundo de azahar.

Volverá la primavera.

Y uno lejos, pensando, escribiendo, etiquetando, volviendo a las andadas sin excusa.

303, 202, 101 cosas que hacer en gravedad cero.

miércoles, octubre 07, 2009

La trayectoria de un disparo


¿Por qué no sonríen los ángeles extraños?

A veces no encuentran los motivos.

A veces no encuentran las razones.

¿Cuál es la trayectoria de un disparo?

Cargar un cartucho en Inglaterra y disparar al cielo, esperando que la bala caiga, peregrina, entre meigas en Santiago. Olvidarse de la bala cuando un moreno, peregrino, visita a un ángel que ha perdido, ese día, la sonrisa.

Apuntar con la bala a Castilla desde el norte, sin saber cómo o dónde se dispara.

Para acabar, con unas manos que no olvido en muchas partes, sosteniendo un rifle de francotiradora apostado al sur, para iluminar un día de unas semanas malas a un moreno, peregrino, en una tierra extraña y lenta.

¿Quieren saber cuál es la trayectoria de un disparo?

¿Nunca sonrieron cuando de pequeños alguien les regalaba una moneda?

Imaginen, entonces, veinticuatro veces más.

Hay un ángel que, sin sonreír, provoca que los exiliados sonriamos.

Sin embargo, yo la he visto sonreír, y sé que volverá a hacerlo. No es una vana esperanza.

Es la trayectoria de un disparo.

domingo, octubre 04, 2009


Rafael en la ciudad despierta

Un Relato Asombroso de horror transhumano

por

Marcos Pastor
guionista y productor de APK


Recuerdo despertarme.

Con espantosa nitidez. Sin rastros de sueño, sin cansancio, sin bostezos.

Boca arriba. Perfectamente colocado en unas sábanas idénticas a las que yo mismo había puesto limpias la noche anterior.

Recuerdo el calor, y un ventilador de la lámpara en marcha, lento e inexorable. Siempre había habido un ventilador en ese techo, siempre en marcha, todas las noches.

Me senté en la cama. Y miré alrededor. En la penumbra, todos los objetos del cuarto ocupaban exactamente el mismo lugar que cuando me quedé dormido, ocho horas de reloj antes.

Me giré, para alcanzar el interruptor.

Lo pulsé.

Ojalá nunca lo hubiera hecho.

La luz se derramó instantáneamente sobre la habitación, dejándome ver todos los objetos que allí había. Recuerdo el aire extrañamente quieto, y el leve velo de irrealidad con que parecía empaparse todo a la luz de una bombilla de bajo consumo. Me levanté.

Me acerqué a la silla de la esquina del cuarto, donde estaban, dobladas exactamente igual que hiciera ayer, las mismas prendas que me quité antes de dormir.

Las mismas prendas.

Tomé la camisa. La miré de cerca. La misma marca. Y el mismo color. Y el mismo roto exactamente igual y exactamente igual cosido por mi madre en el mismo lugar.

La camisa, desde la primera puntada hasta el último botón, idéntica a la que yo dejé ayer en aquella silla, ocho horas de reloj antes.

De reloj.

Recuerdo el reloj. Sobre la mesilla de noche, con caracteres rojos, de leve luminiscencia, y un roto en la parte posterior. Yo mismo lo arreglé con masilla epoxídica seis meses y tres días atrás. El reloj que reposaba en la mesilla era exacto, diáfanamente reproducido. Lo cogí.

Recuerdo mirar la masilla.

En ella, en el mismo lugar de siempre, las huellas de mis dedos, iguales línea por línea se podían ver y tocar. Dejé caer el reloj. Salí del cuarto.

Caminé por un pasillo cuyas marcas de pintura gruesa en la pared estaban en los mismos lugares, milímetro a milímetro, que ayer ocupaban, idénticos, sus gemelos en mi casa.

Giré.

Recuerdo entrar al lavabo. Y mirarme en el espejo. Y ver una cara devolviéndome la mirada. Con mis ojos. Con mi cara. Apoyado en el lavabo, recuerdo acercarme al espejo para observar detenidamente. Las entradas del que me miraba comenzaban exactamente en el mismo lugar que las mías. El lunar de la mejilla. El diente roto y empastado.

Todo.

Recuerdo todo.

El extraño que me miraba en aquel espejo idéntico al que había en mi cuarto de baño, idéntico a aquella habitación en la que me encontraba, imitaba cada uno de mis gestos igual que aquella casa imitaba, pieza por pieza, todo lo que yo poseía.

¿Se daría cuenta alguien más de aquel disparate inenarrable?

¿Cuál era aquel lugar desconocido?

¿Cuál era aquella ciudad en la que desperté, reflejo sin distorsión de aquella en la que yo vivía?

Mientras me sentaba en un salón que no era el mío, aunque una mujer igual a mi esposa en cada detalle aseguraba, llorando, que sí, me dirigí hacia el primer cajón de la cómoda.

Abrí, y allí estaba.

Él.

No una copia. No un gemelo.

El mismo revólver que hace meses guardé, junto a una caja de munición que yo mismo desprecinté, tiempo atrás.

Mientras la mujer desconocida e idéntica lloraba en sofá, mientras hablaba por un teléfono que imitaba el mío, cargué un único (por fin algo único) cartucho en el tambor.

Lo apoyé en mi mandíbula.

Recuerdo apretar el gatillo.

jueves, octubre 01, 2009

Pequeña Poesía en Piano Bar (en noches como aquella)

(pulsen primero aquí...)

Llovía fuera.

Siempre llueve fuera en noches como aquella.

¿Cómo olvidar?

Había algo de humo en el ambiente, separado de la lluvia embebiendo aceras por cuatro milímetros de vidrio. Solamente.

¿Cómo olvidarla?

Yo bebía sólo, como se bebe en noches como aquella. Una camarera limpiaba vasos al fondo de la barra, y detrás de mí el pianista saludaba y se marchaba.

La lluvia, temeraria, atacó al humo en el umbral, libre de la cárcel de cuatro milímetros.

El pianista se marchó.

Al fondo del bar, un fondo que continuaba tras lo largo de la barra, hacia una tarima de poca altura. Allí reposaba el piano. Estaba cerrado, supuse, aunque no lo veía.

En noches como aquella, la luz es un bien escaso, y la oscuridad acariciaba aquel fondo de manera suave, y muy lenta. No me di cuenta hasta dos o tres tragos después, quedando sólo un dedo de aquello que estaba bebiendo. Lo noté al tragar, pero no lo entendí hasta que el vaso volvió a posarse.

Se posó.

Clac.

El piano seguía sonando.

Así que me giré.

Y lo vi.

Sonando solo.

Y me equivoqué. Sonaba, pero no estaba solo.

Sentada cerca, sin tocar el instrumento, estaba ella.

Una pequeña poesía, en un piano bar.

Recuerdo que estaba vestida de azul, con el pelo suelto, de color negro, cayendo sobre su espalda.

Sobre su espalda.

Ondulado, pero dulce, como una cascada de nubes negras que no pueden sujetarse.

Sobre su espalda.

El vestido azul se abría allí, haciendo un mar de piel para las nubes negras. Y el piano sonaba solo, aunque estuviera acompañado.

Yo también me marché solo. Pagué en la barra y me dirigí a la puerta. El humo se movía al acercarme a ella, asustado de las pocas gotas que entrarían.

Cuatro milímetros de vidrio más tarde, con las gotas golpeándome en el sombrero (siempre se lleva sombrero en noches como aquella) me pregunté por qué estaba mojándome allí y no en el mar, bajo las nubes negras.

Sobre su espalda.

Pero el bar ya había cerrado.

Siempre cierran, en noches como aquella.