...es el principio y el fin.

lunes, noviembre 30, 2009

Se abre la veda


Porque a veces hay que castigar a cuadrúpedos malvados con pijamas de rayas, por una mera cuestión de autodefensa.

Vaya ciudad esta, donde todo pasa despacio y hay que contener el aliento a cada paso (que dan ellas) para que el corazón no se te salga por la boca.

En cuatro días, mi universo paralelo de espadachín en el exilio se transforma albergando a tres portadores de fragmentos de mi tierra (paralela de origen). Sabor de hogar en una casa, y más de
49 horas.

Y, volviendo a los cuadrúpedos, daré su merecido en la forma indicada a vuelta de correo al animal rayado. Qué ganas.

Se abre la veda.

martes, noviembre 10, 2009

Tiramisú de crisol


Le dije, o me dijo, la dama Piruleta que todos los corazones rotos hablan de lo mismo. Le conté la teoría del crisol y le expliqué que a veces creo que Sabina ha escrito demasiadas canciones sobre la misma persona. Igual es culpa mía, por haberle escrito demasiado pocas. El calor, la laxitud, los ojos verde aceituna, los cabellos azabache y el seseo de un exilio breve acallan, sin matar del todo, ruidos que no me gusta escuchar.

Así que a veces, esclavo del Spotify, a quinientos ochenta y nueve kilómetros de mis discos, le doy volumen a la música, sintonizando el ruido interno con el externo.

Y suena.

La nueva:


TIRAMISÚ DE LIMÓN

Hice un solo desafinado
con las cenizas del amor
las verbenas del pasado
gangrenan el corazón.

Acórtate la falda nueva
despiértate al oscurecer
túmbate al sol cuando llueva
no desordenes mi taller

Tiramisú de limón
helado de aguardiente
muñequita de salón
tanguita de serpiente.

De madrugada y por la puerta de servicios
me pasabas el hachís
al borde del precipicio
jugábamos a Thelma y Louise

Pero esta noche estrena libertad un preso
desde que no eres mi juez.
Tu vudú ya pincha en hueso,
tu saque se enredó en mi red.

Tiramisú de limón
helado de aguardiente
puritana de salón
tanguita de serpiente.

¿Dónde crees que vas?
¿qué te parece que soy?
no mires atrás
que ya no estoy.

¿Pero dónde crees que vas?
¿quién te parece que soy?
si miras atrás
mañana es hoy.

¿Dónde crees que vas?
¿quién te parece que soy?
puede que quizás
luego sea hoy.

Nena ¿dónde crees que vas?
¿quién te parece que soy?
no mires atrás
que ya me voy.

Que sepas que el final no empieza hoy...
Que sepas que el final no empieza hoy...


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Tiramisú de limón es el primer sencillo del disco Vinagre y rosas, del excelso Joaquín Sabina. No le pondré adjetivos. Cualquiera se quedará pequeño.

lunes, noviembre 02, 2009

Adiós, Padrino



Murió.


Porque incluso las estrellas tienen que apagarse algún día, murió.


Detrás deja una estela de más de doscientas películas e innumerables funciones teatrales, y cientos y cientos de personajes llenos de matices.


Me hizo reir, me hizo llorar, y años después pasar miedo y asombrarme.


Tuvo la enorme suerte de nacer español y reflejar una época y un sentir llenando hasta lo inolvidable toda interpretación que caía en sus manos.


Y también fue una desgracia. Si hubiese nacido americano, hoy habría luto en Hollywood Boulevard, y cientos de ríos de tinta correrían, afirmando lo que yo estoy diciendo ahora.


Muchos se ríen cuando hablo de él, muchos toman a broma que sea, opino en el corazón, el mayor actor que haya pisado una tabla de escenario.


Sin embargo, seguiré riendo, llorando, pasando miedo y asombrándome cada vez que oiga el particular timbre de voz de mi padrino favorito.


José Luis López Vázquez fallecía hoy en su hogar madrileño, tras una larga enfermedad, a la edad de 87 años.


Hoy, más que nunca, dejaré el sombrero en casa, y bien calada la boina, me la quitaré para decir adiós, mientras mi primo piropea en Atocha a todas las que pasen.


Buen viaje, maestro.

domingo, noviembre 01, 2009

El niño de obsidiana


Este cuento no es uno de esos con final feliz.

Luego veremos por qué.

Pero luego.

Cuentan...


Cuentan, que un país habitado por niños de cristal, había un niño de obsidiana.

Los niños eran de muchos tipos de cristal. Algunos eran de sal, y otros de cuarzo. Sus personalidades se podían ver a través de sus estructuras. Había niños altivos de durísimo diamante, y niños dulces y gorditos de cristal de azúcar. Niñas ñoñas hechas de rubí y niños de cuarzo blanco que eran siempre sinceros, o de cuarzo más oscuro que a veces se portaban mal.

Sea como fuere, la luz interior de sus personalidades translucía siempre a través de los cristales. Los que eran transparentes dejaban ver sus pensamientos, como pequeñas lucecitas moviéndose por sus pequeñas cabezas de cristal, discurriendo por sus brazos de cristal, desplazándose y fluyendo en sus piernecillas de cristal.

Por eso los niños de cuarzo blanco no podían decir mentiras, y por eso los niños de diamante no caían bien a nadie.

Algunos cristales apenas eran transparentes, pero la luz de sus pensamientos calentaba sus superficies de roca, dejando saber a la gente lo que ocurría en su interior.

Por eso muchos niños siempre querían estar cerca de las niñas de rubí.

Y a ellas se les ponían un poquito más calientes sus mejillas.

Pero había otro niño.

Que no era de cristal.

Se sentaba al fondo de la clase, un poquito avergonzado, incapaz de dejar que nadie viera lo que pensaba o lo que sentía.

Era un niño de obsidiana. Era muy guapo, de piedra negra totalmente pulida, y muy fuerte, y muy creativo, porque era hijo de un volcán, y él podía sentir la magia y la fuerza de esa herencia dentro, bullendo, luchando por salir.

Pero nadie más podía verlo. Por desgracia, las luces de sus pensamientos no podían atravesar la piedra volcánica de color negro con la que estaba hecho. Y el material refractario de su cuerpo no dejaba a sus ideas calentarle las manos, la bragueta, las mejillas.

Nadie, salvo él, sabía nunca qué estaba pensando.

Sobre todo y ni siquiera la niña de cristal de azúcar que, desde hacía unos días, se sentaba junto a él al fondo de la clase.

Y esa cuestión atormentaba al niño de obsidiana, porque el quería que la niña de azúcar pudiese estar segura de que todo cuanto él le contaba era verdad. Que no había doblez en sus palabras, ni en sus sueños, ni en los dibujos que hacía para ella de vez en cuando.

Ni en los cuentos que escribía.

Así que el niño de obsidiana, una noche, después de cenar y de haber hecho los deberes, llevando puesto un sombrero de vaquero, tomó una decisión que contaría al día siguiente a la niña de azúcar del fondo de la clase.

Este cuento no tiene final feliz.

¿Saben por qué?

Porque empieza justo después de que el niño de obsidiana le cuente a la niña de azúcar de hace unos días qué era lo que había decidido.

Así que, de momento y sin final, dejamos el cuento...

(... hasta que la niña nos cuente qué le parece lo que el niño decidió).

¡Buenas noches!