...es el principio y el fin.

domingo, enero 31, 2010


El Ángel de la Noche
un cortísimo
Relato Asombroso
de erótico terror

por

Max Verdié
guionista y productor de APK

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Se despertó.

Agitado, muy nervioso, respingando en la cama, perlada la frente de sudor.

Excitadamente inquieto, no asustado pero sí turbado, casi ansioso. Una leve erección de la que no era consciente. El pelo, bucles tallados en el más viejo castaño, onduló levemente en la dirección de un suave viento, una brisa apenas perceptible para el observador casual.

Él no era un observador casual. Nunca.

Sus ojos, acostumbrados al ejercicio durante más años de lo que los hombres llaman vida, reaccionaron a la oscuridad. Densa y espasa, casi antinatural, le pareció que podría atraparla entre los dedos. Los músculos de su espalda se tensaron al apoyar un mano sobre la cama y estirar la otra para acariciarla. A ella. A la oscuridad. Que se le escurría de los dedos. La leve erección dejó de serlo. De ser leve.

Una mirada que había visto lo imposible buscó en la negrura que podría cortarse con un cuchillo. Un leve reflejo verde oscuro, y blanco, y negro pestañeó en la vaina de un sable oriental en el otro extremo de la amplia habitación.

Sintió un escozor. Y una punzada. Se tocó el cuello, y el dolor aumentó cuando se rozó la herida. Se levantó, sin encender luz alguna y buscó el espejo, ansioso. Apoyó un brazo en la pared y acercó su cara al azogue. Miró.

Dos leves marcas casi contiguas, un cerco de su propia sangre en ellas, le aseguraron que su lúbrica erección no había sido producto de una fantasía.

Se volvió.

Justo a tiempo para notar cómo el sudor se enfriaba por un suave viento, una brisa apenas perceptible para el observador casual que escapaba, con un parpadeo verde, y blanco, y negro acariciando su cuerpo, su erección, empapando de lujuria las paredes y haciéndole sentir desnudo de cuerpo y alma. Inerme y desprotegido en su propia torre, a merced de una voluntad que, pensó, no asustado pero sí turbado, casi ansioso, podría esclavizarlo.

Si lo deseara.

Cualquiera de los dos.

Malas mieles


Malas mieles, de abeja equivocada

de la mala flor, y del polen malo,
cuando la mala mano esconde el palo
que tiró escondiendo la mirada.

Malas mieles, victoria regalada
en batallas fingiendo que el más malo
era otro distinto: yo no señalo,
sonrisa entre las mieles empañada.

Sonreír, y cantar, dar los abrazos,
llamar hermano usando doble fondo:
el cántaro se rompe porque suele

mentirle a la fontana una mentira
con lengua como un sapo muy orondo
morado de lamer las malas mieles.

Demasiado eco


Como un hombre lobo prisionero de una maldición gitana, cambiando el gazpacho licantrópico por uno de misántropo, me excuso en un leve dolor de cabeza para apostarme, puerta cerrada, bajo la comodidad del búnker de mis mantas. Protegido del frío que me ha seguido 596 kilómetros hasta un lugar donde a menudo encuentro, solamente, eco.

Demasiado eco.

Mala idea la soledad acorazada, en la oscuridad de mi cuarto un sábado cualquiera, en una noche cualquiera de un mes de enero en el que vi llover, y jamás desde la ventana. Dejando, inconsciente de mí, que el spotify me agriete la velada con recuerdos de cuando la razón de las canciones era a la inversa.


Y el insesperado mensaje del mejor de los amigos que puedo imaginar me hace recordar que el hogar, hermano, es donde cuelgas el sombrero.

Y no el chaleco.

A su salud.

Aturdido y abrumado, por la duda de los celos
se ve triste en la cantina a un borracho ya sin fe
con los nervios destrozados y llorando sin remedio
como un loco atormentado por la ingrata que se fue.

Se ve siempre acompañado del mejor de los amigos
que le acompaña y le dice ya esta bueno de licor,
nada remedia con llanto, nada remedia con vino
al contrario, la recuerda mucho mas tu corazón.

Una noche como un loco, mordió la copa de vino
y le hizo un cortante filo, que su boca destrozo
y la sangre que brotaba, confundiose con el vino
y en la cantina este grito a todos estremeció.

No se apure compañero si me destrozo la boca
no se apure que es que quiero con el filo de esta copa
borrar la huella de un beso, traicionero que me dio.

Mozo, sírveme, la copa rota
sírveme que me destroza, esta fiebre de obsesión.
Mozo, sírvame, la copa rota
quiero sangrar gota a gota, el veneno de su amor.
__________________
La canción, de José Feliciano, podréis aprender a tocarla en el enlace al final de la misma, que os llevará veloz a LaCuerda.net. La imagen se la robé a Mónica.


sábado, enero 30, 2010

Contra el ejército invisible


Hacía frío al salir de trabajar. Siempre lo hace, pero trabajar protegido tiene ese inconveniente. Que el frío y la realidad te abofetean el rostro al salir.

Me dirigí a la parada del autobús para ahorrarme cincuenta minutos a pie bajo el frío estepario que azota mi hogar en los inviernos.

Afortunadamente, tardó poco. Era una parada muy alejada del centro y sólo subimos dos personas. Dentro habría cuatro o cinco. Piqué el billete, con estruendoso clik en un silencioso mediodía. Todos íbamos, aparentemente, solos.

A mitad de las tripas del autobús la vi. A ella y a sus ojos pardos y pavorosamente intranquilos. Era guapa, de esa manera dulce y discreta que sólo se ve en los cuentos o cuando Ted se enamora de una pastelera.

Y estaba, como sus ojos, pavorosamente intranquila.

Me devolvió una mirada nerviosa y acto seguido miró por la ventana. No, miento. Observó por la ventana. Y sólo cuando hubo estado segura de que no había nadie, a la vez que el autobús arrancaba, dejó de mirar. Y volvió a mirarme. A mí y a la señora que había entrado detrás de mí. Nos interrogó y escrutó con la mirada, hasta que se aseguró de que no éramos alguien, aunque ignoro quién.

Me senté, como siempre, lo más atrás que pude.

El autobús arrancó.

Ella volvió a mirar. Nadie de nuevo. Pero volvió a girarse cuando nos alejábamos de la parada. Unos segundos sostuvo la mirada en la parada, tensa y asustada, temiendo que algo o alguien, un ejército invisible, le estuviera dando caza.

Miraba, de reojo y preocupada al resto de viajeros. Como si alguien fuese a aferrarla por sorpresa y en contra de su voluntad, y usaba la misma mirada desesperada de un madre indefensa sabiendo que alguien le robará pronto a su hijo.

Repitió la misma operación en cada parada, vigilando y acurrucándose cada vez que un viajero nuevo pasaba cerca de ella, inquiriendo con los ojos cada marquesina y cada esquina cuando el autobús relajaba su ritmo.

Temerosa del ejército invisible.

Y llegué, sin combate, a mi parada.

La miré justo antes de bajar, como hago siempre con las chicas guapas de forma dulce y discreta, sobre todo si tienen los ojos pardos y pavorosamente intranquilos, sabiendo que nunca, en el resto de mi vida, me enteraría de si pudo huir de su intangible perseguidor, del fantasma que acechaba su mundo, ahora encogido y frágil.

Bajé del autobús.

El frío y la realidad me abofetearon el rostro al salir.

Como un ejército invisible.

domingo, enero 17, 2010

Con el viento, y se rompe


Hace años, Jigoro Kano, a través de un discípulo de un discípulo de un discípulo me enseñó que debía doblarme con el viento para no romperme.

Lecciones complicadas que necesitan de toda una vida para comprenderse.

A esa lección, encadenada a otra larga tradición de maestros y de alumnos se unió otra: persevera.

¿Quién puede vencer a un bambú que no se rompe?

A un bambú que no se rompe nunca.

Leeciones complicadas que necesitan de toda una vida para comprenderse.

Aunque a veces, por desgracia, el viento te toca en soledad y haces recuento en una tarde tranquila y te das cuenta de que puedes presumir de poco.

Pero presumir, al fin y al cabo.

Y todo lo demás también:


Te vi quemando el pasaporte con rabia
en la fuente de la Plaza Real,
entre fuegos artificiales pobres de pueblo
y palomas que nos ven pasar.

(y todo lo demas también)

Parecía el cielo porque estabas conmigo,
todavía soy tu amigo,
pero te deseo el bien
o lo que quieras,
pero por lo que más quieras
no me pises los zapatos de piel.

(y todo lo demás también)

Puedo presumir de poco,
porque todo lo que toco
se rompe,
te presté un corazón loco,
que se dobla con el viento
y se rompe.

Yo te prometí hacer deporte
pero era una mentira,
para robarte un tal vez.
El fuera de-juego era evidente,
y en la frente me escribí tu nombre,
por primera vez.

(y todo lo demas también)

Puedo resumir un poco,
porque todo lo que toco
se rompe,
te presté un corazón loco,
que se dobla con el viento
y se rompe,

(y todo lo demas también)

Puedo presumir de poco,
porque todo lo que toco se rompe,
hablo de un corazón loco
que se dobla con el tiempo y se rompe.

(y todo lo demás también)