...es el principio y el fin.

jueves, octubre 14, 2010

Cobardes y valientes hijos de puta


Venga.

Que tengo el día Reverte.

Valientes hijos de puta.

La cara oscura de esto de trabajar en la calle y hablando con gente es la larga caterva de subnormales, vendidos, mentirosos y valientes hijos de puta que te encuentras a diario. Valiente manga de sátrapas. Valiente (y atención al oxímoron) ejército de cobardes.

Sin embargo, la infalible musa de la estadística dicta que es inevitable encontrar carbono cristalizado en forma cúbica entre los restos de otro carbono menos escaso. Diamantes entre la mierda.

Y lo bueno de la mierda es que se va con un par de lavados, pero los diamantes son para siempre.

La llamaremos Inés.

Me la encontré por la calle, la abordé (el lado pirata de mi trabajo) y hablé con ella. Un espíritu de nueva empresa y su obvia utilidad nos recomienda tratar de tú, sonreír, ser amables, abiertos de espíritu. Ir de buen rollo. Ella, la señora (porque eso era: una señora) se detuvo con el chico simpático de los rizos, a una mala hora en la que ella llevaba prisa. Algo bueno, y algo escaso. No les aburriré con detalles, pero el resultado de una amena conversación que me reconcilió con el mundo fue que una persona anónima, de la calle, decidió hacer un pequeño y periódico esfuerzo para hacer del universo (que no es más que el lugar donde vivimos) un poco más habitable. Para limpiarle un poco la mierda.

Era ya casi la hora de irnos. Encontrar a una persona firme, entera, noble y sincera después de toda una mañana aguantando al valiente ejército de hijos de puta siempre es un soplo de aire fresco. Sobre todo cuando la encuentras a cinco minutos, feroz contrarreloj, de acabarse la jornada. Y tanto asco y tanto dolor enfrentándose a los mentirosos gusanos te hace desear haberte encontrado a esa señora (porque eso era: una señora) mucho antes.

En concreto, siglo y medio.

Para poder saltarme eso del buen rollo, de la sonrisa y del tuteo. Y tratarla de usted en el momento en que alguien se propasase con ella y tirarle el guante a la cara, llamándole caballero aunque no lo fuera y dándole cita en la plaza de toros, o en san Marcos, o donde demonios se diesen el hierro aquí en León.

Y deseando, calladito y para mis adentros que el falso caballero que se propasara con la señora (porque eso era: una señora) fuera uno de mis cobardes valientes hijos de puta.

Que tengo el día Reverte.