...es el principio y el fin.

martes, febrero 05, 2013

En un cajón

Estaban revueltas, algo rotas algunas, pero en plena forma. Algunas tratan de corazones rotos y de promesas imposibles, de esperanzas ardiendo, de mundos compartidos víctimas del eclipse de los años. Esperando estaban.

En un cajón.

Estuve en casa de mi madre. Lo único bueno de ser desordenado es que a menudo olvidas dónde guardas las cosas. Y reaparecen, en un recuerdo por sorpresa, descorriendo pestillos de cajones del desván de las memorias.

Una princesa que reinó en mi Cartago me dijo una vez que le dijeron que la peor nostalgia es la que añora lo que no ha sucedido nunca. Así que preferí quedarme en la memoria que me trajeron, en sueños a medias, abrazos y despedidas de la época en que los veranos duraban para siempre.

Estuve en casa de mi madre. Trayendo orden al caos, en medio del desorden. Terminé de limpiar la mesa y abrí un cajón. Allí, en el sueño milenario que empapa los recuerdos, me encontré con el gran paquete de cartas que conservo desde mi adolescencia. Nombres, direcciones, promesas y esperanzas.

Hay juramentos de amor que duraron toda la vida que dura un curso, declaraciones de eterna amistad de nombres que no recuerdo, y nombres que no podría olvidar aunque quisiera. Esos nombres que recuerdas engarzados en una cara, una cara que vivirá en aquel verano de Murcia, intacto y superviviente de la edad en que no se pierde la inocencia, pero se olvida en la mochila. Como por descuido.

Fotografías en papel, con dedicatorias escritas a mano de gente que me echó de menos, cuando para escribir "te quiero" usabas un bolígrafo bic, y no un iPhone 4 lleno de fotos que no vas a recordar. Regalos pequeños que caben en un sobre (una concha del mar donde vivía ella, una pulsera que siempre fue demasiado pequeña, un sello de un país que estuvo más lejos que ninguna parte), mundos futuros que se cumplieron solo en la memoria.

Corazones rotos, esperanzas truncadas, castillos en el aire con cimientos en momentos y lugares que solo recordamos los culpables inocentes. Un "no me olvides" que aún huele a colonia, y muchas intenciones de ya te visito yo; nos veremos pronto.

Hay besos que ya nunca podré devolver, y respuestas que no recordaré jamás. Solo me queda imaginar que al otro lado del espejo, a vuelta de correo, haya alguien desordenado que estuvo hace poco en casa de su madre.

Y abrió un cajón.