La última voz del General - parte primera
Un Relato Asombroso de La Viuda
por
Marcos Pastor (guionista y productor de APK)
El carruaje negro, de estilo antiguo, se detuvo en la puerta de la mansión.
El otoño italiano estaba siendo suave aquel año, y el final del atardecer era cálido y agradable. El conductor de la carroza aguardó a que los últimos rayos de sol rasparan las cumbres del horizonte. Cuando esto hubo ocurrido, descendió de su puesto con agilidad y abrió la puerta de la cabina de los pasajeros. Un hombre fornido de mediana estatura bajó del carruaje. Vestía de negro, de manera formal y algo anticuada. No parecía completamente cómodo con ese atavío.
- ¿Es aquí, Vincenzo? - preguntó, mirando a su alrededor.
- Sí, señor, ya hemos llegado. Deduzco que es la primera vez que viene – añadió el cochero.
La verdad es que es magnífica, pensó para sí el hombre vestido de negro. La mansión se yerguía sobre un pequeño promontorio rocoso en mitad de una enorme campiña. A pesar de sus sentidos agudos, aquel hombre tuvo problemas para siquiera apercibir el verdadero tamaño de aquella finca que parecía mezclar al menos una docena de estilos arquitectónicos.
“Mi señora, ya hemos llegado”, dijo mientras se dirigía al interior del carruaje. Una voz de mujer, suave y dulce, que parecía desplazarse por el aire como un carísimo y antiguo perfume, embriagó por unos segundos la atmósfera. “Ya lo veo, mi buen John. Ya lo veo”. La voz era pausada y calma, y pareció flotar como el éter unos instantes antes de desvanecerse. Luego agregó algo más. Vayamos dentro. No es cortés hacer esperar tanto.
El otoño italiano estaba siendo suave aquel año, y el final del atardecer era cálido y agradable. El conductor de la carroza aguardó a que los últimos rayos de sol rasparan las cumbres del horizonte. Cuando esto hubo ocurrido, descendió de su puesto con agilidad y abrió la puerta de la cabina de los pasajeros. Un hombre fornido de mediana estatura bajó del carruaje. Vestía de negro, de manera formal y algo anticuada. No parecía completamente cómodo con ese atavío.
- ¿Es aquí, Vincenzo? - preguntó, mirando a su alrededor.
- Sí, señor, ya hemos llegado. Deduzco que es la primera vez que viene – añadió el cochero.
La verdad es que es magnífica, pensó para sí el hombre vestido de negro. La mansión se yerguía sobre un pequeño promontorio rocoso en mitad de una enorme campiña. A pesar de sus sentidos agudos, aquel hombre tuvo problemas para siquiera apercibir el verdadero tamaño de aquella finca que parecía mezclar al menos una docena de estilos arquitectónicos.
“Mi señora, ya hemos llegado”, dijo mientras se dirigía al interior del carruaje. Una voz de mujer, suave y dulce, que parecía desplazarse por el aire como un carísimo y antiguo perfume, embriagó por unos segundos la atmósfera. “Ya lo veo, mi buen John. Ya lo veo”. La voz era pausada y calma, y pareció flotar como el éter unos instantes antes de desvanecerse. Luego agregó algo más. Vayamos dentro. No es cortés hacer esperar tanto.
*****
“El General la recibirá ahora”, dijo un elegante mayordomo en un exquisito italiano con acento de La Toscana. Dora, La Viuda, se levantó de la cama en la que estaba sentado leyendo. Las habitaciones de invitados de ese lugar siempre cambiaban de aspecto cada muy poco tiempo, según las disposiciones del General y el voluble capricho de Hermann, quien hacía las veces de jefe de protocolo y decorador de un lugar que, a lo largo de los siglos, se había convertido, casi, en un pequeño estado por derecho propio. Dora no había visto a Hermann aún, pero quería saludarle tan pronto como hubiese hablado con Marcus. Marcus Secundus, el General.
Se dirigió a la puerta y siguió al mayordomo, quien portaba una lámpara halógena con aspecto de antigua lámpara de petróleo. No es que Dora o aquel mayordomo necesitaran la luz para moverse por los oscuros pasillos de la enorme mansión, pero a Marcus siempre le había parecido un gesto cortés mandar hacer aquello, y no sería Dora quien le contrariase. La leve luz permitió al mayordomo ver el discreto y carísimo vestido de La Viuda, que hacía honor a su apodo. La falda por la rodilla y el velo deliciosamente colocado dejando escapar de forma cuidada y elegante algunos de los cabellos rizados de Dora apenas servía para acompañar la belleza casi etérea y sobrenatural de la encantadora criatura.
Recorrieron varios recodos de pasillo, en los que se sucedían cuadros y algunos objetos de arte. Ninguno con escenas bélicas y ningún arma expuesta. Contaban que el General guardaba todo lo relacionado con la guerra en una cámara secreta de la mansión de la que sólo él conocía la ubicación y la forma de entrar en ella. Una historia que a Dora le pareció fascinante cuando era... mucho más joven y a la que actualmente daba poca importancia. Había aprendido con el tiempo que mantener alejados los recuerdos dolorosos era una de las pocas formas útiles de evitar volverse loco con el paso y el peso de los siglos.
Al final del pasillo, en el extremo del ala este, una gran puerta de madera con un friso de piedra y un par de antorchas a los lados esperaba a Dora. Hacía un par de siglos que el friso era ilegible. Pax Imperium, o algo así, era lo que dijo en algún momento.
El mayordomo llamó dos veces. Esperó unos segundos a que alguien, con voz grave y cadenciosa preguntará en un italiano algo antiguo y extremadamente correcto quién era. El mayordomo respondió: “La señorita Dora, General. Usted la mandó llamar, señor”.
Se oyeron unos pasos firmes desde el interior de la habitación. Alguien aferró el enorme picaporte y se disponía a abrir la puerta.
Dora no estaba preparada para lo que ocurriría en el interior.
Se dirigió a la puerta y siguió al mayordomo, quien portaba una lámpara halógena con aspecto de antigua lámpara de petróleo. No es que Dora o aquel mayordomo necesitaran la luz para moverse por los oscuros pasillos de la enorme mansión, pero a Marcus siempre le había parecido un gesto cortés mandar hacer aquello, y no sería Dora quien le contrariase. La leve luz permitió al mayordomo ver el discreto y carísimo vestido de La Viuda, que hacía honor a su apodo. La falda por la rodilla y el velo deliciosamente colocado dejando escapar de forma cuidada y elegante algunos de los cabellos rizados de Dora apenas servía para acompañar la belleza casi etérea y sobrenatural de la encantadora criatura.
Recorrieron varios recodos de pasillo, en los que se sucedían cuadros y algunos objetos de arte. Ninguno con escenas bélicas y ningún arma expuesta. Contaban que el General guardaba todo lo relacionado con la guerra en una cámara secreta de la mansión de la que sólo él conocía la ubicación y la forma de entrar en ella. Una historia que a Dora le pareció fascinante cuando era... mucho más joven y a la que actualmente daba poca importancia. Había aprendido con el tiempo que mantener alejados los recuerdos dolorosos era una de las pocas formas útiles de evitar volverse loco con el paso y el peso de los siglos.
Al final del pasillo, en el extremo del ala este, una gran puerta de madera con un friso de piedra y un par de antorchas a los lados esperaba a Dora. Hacía un par de siglos que el friso era ilegible. Pax Imperium, o algo así, era lo que dijo en algún momento.
El mayordomo llamó dos veces. Esperó unos segundos a que alguien, con voz grave y cadenciosa preguntará en un italiano algo antiguo y extremadamente correcto quién era. El mayordomo respondió: “La señorita Dora, General. Usted la mandó llamar, señor”.
Se oyeron unos pasos firmes desde el interior de la habitación. Alguien aferró el enorme picaporte y se disponía a abrir la puerta.
Dora no estaba preparada para lo que ocurriría en el interior.
*****
Hola, Víctor. Fue lo primero que Dora, La Viuda, dijo tras la efusiva bienvenida del General. Marcus siempre era extremadamente amable y cariñoso con ella, como si fuese la única hija, si es que se pueden llamar hijas, que tuviera. Dora ignoraba por completo que era tremendamente parecida en cuerpo y carácter a Dimna, la única hija que Marcus tuvo antes de convertirse en lo que era ahora, dos mil años atrás. También se unía al hecho de que Dora aún no lo había traicionado, intentado matar o renegado de él.
Dora se acercó a su hermano Víctor. Era alto y delgado, de cabello negro y ojos castaños, y de tez morena pese a la Enseñanza. El proceso solía empalidecer a quienes sobrevivían a él, y a quienes no les ocurría solían ser tildados de débiles o incapaces. Víctor era una clarísima excepción. El saludo entre hermanos resultó algo frío. Si bien siempre habían compartido el amor, respeto y lealtad que debían al General, nunca habían logrado entenderse entre ellos. Pero ambos se respetaban, al menos en presencia de quien era un padre para ellos.
¿Para qué me habéis mandado llamar, señor?, dijo Dora. Víctor asintió, como confirmando que él también deseaba saberlo. Ambos miraron hacia Marcus, quien pulsó un interruptor que encenció una lámpara de araña tres metros más arriba. La luz rebotó en las incrustaciones de bronce de la mesa de roble y mostró una estancia circular rodeada de estanterías repletas de libros, un armario cerrado y varios documentos sobre la mesa. Marcus se acercó a sus dos muchachos mientras la luz, no muy intensa, decoraba las canas de sus sienes y su barba, dándole un aspecto atemporal, como sacado de algún antiguo libro de historia. Se sentó, desabrochando los botones de una americana gris hecha a medida y soltó el cierre del broche que llevaba cerrando el cuello de la camisa. Lo depositó en la mesa y miró a sus expectantes interlocutores.
Los miró con expresión triste y una sonrisa apenas esbozada.
Sentaos, pequeños, dijo. Hoy estoy muy cansado.
Víctor tampoco estaba preparado para lo que iba a ocurrir.
La Viuda es un personaje de APK – El Juego de Rol en Vivo, interpretado por la avellanita (La Bella Anita). Una misteriosa y hermosísima vampiresa victoriana atrapada en el devenir del tiempo, algo enloquecida por la lenta e insidiosa acción de la vida eterna, incapaz de amar y atrapada en tramas de lujo, misterio, engaño y embrujo. Debemos a Ana el tremendo honor de haber hecho de este personaje algo único y riquísimo en matices, alejándolo de la estética y los clichés de Ann Rice y el juego de rol "Vampiro: La mascarada".
Marcus Secundus, por su parte... ya se habló de él. Un tipo elegante.
Dora se acercó a su hermano Víctor. Era alto y delgado, de cabello negro y ojos castaños, y de tez morena pese a la Enseñanza. El proceso solía empalidecer a quienes sobrevivían a él, y a quienes no les ocurría solían ser tildados de débiles o incapaces. Víctor era una clarísima excepción. El saludo entre hermanos resultó algo frío. Si bien siempre habían compartido el amor, respeto y lealtad que debían al General, nunca habían logrado entenderse entre ellos. Pero ambos se respetaban, al menos en presencia de quien era un padre para ellos.
¿Para qué me habéis mandado llamar, señor?, dijo Dora. Víctor asintió, como confirmando que él también deseaba saberlo. Ambos miraron hacia Marcus, quien pulsó un interruptor que encenció una lámpara de araña tres metros más arriba. La luz rebotó en las incrustaciones de bronce de la mesa de roble y mostró una estancia circular rodeada de estanterías repletas de libros, un armario cerrado y varios documentos sobre la mesa. Marcus se acercó a sus dos muchachos mientras la luz, no muy intensa, decoraba las canas de sus sienes y su barba, dándole un aspecto atemporal, como sacado de algún antiguo libro de historia. Se sentó, desabrochando los botones de una americana gris hecha a medida y soltó el cierre del broche que llevaba cerrando el cuello de la camisa. Lo depositó en la mesa y miró a sus expectantes interlocutores.
Los miró con expresión triste y una sonrisa apenas esbozada.
Sentaos, pequeños, dijo. Hoy estoy muy cansado.
Víctor tampoco estaba preparado para lo que iba a ocurrir.
(concluye en "La última voz del General - parte segunda")
La Viuda es un personaje de APK – El Juego de Rol en Vivo, interpretado por la avellanita (La Bella Anita). Una misteriosa y hermosísima vampiresa victoriana atrapada en el devenir del tiempo, algo enloquecida por la lenta e insidiosa acción de la vida eterna, incapaz de amar y atrapada en tramas de lujo, misterio, engaño y embrujo. Debemos a Ana el tremendo honor de haber hecho de este personaje algo único y riquísimo en matices, alejándolo de la estética y los clichés de Ann Rice y el juego de rol "Vampiro: La mascarada".
Marcus Secundus, por su parte... ya se habló de él. Un tipo elegante.
3 comentarios:
Esto está muy bien... sobre todo porque ya queda menos... ;)
:D
¡Ya quiero leer la segunda parte!
:D
(Es curioso porque... ya verás el sábado)
:D Ay, la viudita... ^^
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