El Ángel de la Noche
un cortísimo
Relato Asombroso
de erótico terror
por
Max Verdié
guionista y productor de APK
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Se despertó.
Agitado, muy nervioso, respingando en la cama, perlada la frente de sudor.
Excitadamente inquieto, no asustado pero sí turbado, casi ansioso. Una leve erección de la que no era consciente. El pelo, bucles tallados en el más viejo castaño, onduló levemente en la dirección de un suave viento, una brisa apenas perceptible para el observador casual.
Él no era un observador casual. Nunca.
Sus ojos, acostumbrados al ejercicio durante más años de lo que los hombres llaman vida, reaccionaron a la oscuridad. Densa y espasa, casi antinatural, le pareció que podría atraparla entre los dedos. Los músculos de su espalda se tensaron al apoyar un mano sobre la cama y estirar la otra para acariciarla. A ella. A la oscuridad. Que se le escurría de los dedos. La leve erección dejó de serlo. De ser leve.
Una mirada que había visto lo imposible buscó en la negrura que podría cortarse con un cuchillo. Un leve reflejo verde oscuro, y blanco, y negro pestañeó en la vaina de un sable oriental en el otro extremo de la amplia habitación.
Sintió un escozor. Y una punzada. Se tocó el cuello, y el dolor aumentó cuando se rozó la herida. Se levantó, sin encender luz alguna y buscó el espejo, ansioso. Apoyó un brazo en la pared y acercó su cara al azogue. Miró.
Dos leves marcas casi contiguas, un cerco de su propia sangre en ellas, le aseguraron que su lúbrica erección no había sido producto de una fantasía.
Se volvió.
Justo a tiempo para notar cómo el sudor se enfriaba por un suave viento, una brisa apenas perceptible para el observador casual que escapaba, con un parpadeo verde, y blanco, y negro acariciando su cuerpo, su erección, empapando de lujuria las paredes y haciéndole sentir desnudo de cuerpo y alma. Inerme y desprotegido en su propia torre, a merced de una voluntad que, pensó, no asustado pero sí turbado, casi ansioso, podría esclavizarlo.
Si lo deseara.
Cualquiera de los dos.
Agitado, muy nervioso, respingando en la cama, perlada la frente de sudor.
Excitadamente inquieto, no asustado pero sí turbado, casi ansioso. Una leve erección de la que no era consciente. El pelo, bucles tallados en el más viejo castaño, onduló levemente en la dirección de un suave viento, una brisa apenas perceptible para el observador casual.
Él no era un observador casual. Nunca.
Sus ojos, acostumbrados al ejercicio durante más años de lo que los hombres llaman vida, reaccionaron a la oscuridad. Densa y espasa, casi antinatural, le pareció que podría atraparla entre los dedos. Los músculos de su espalda se tensaron al apoyar un mano sobre la cama y estirar la otra para acariciarla. A ella. A la oscuridad. Que se le escurría de los dedos. La leve erección dejó de serlo. De ser leve.
Una mirada que había visto lo imposible buscó en la negrura que podría cortarse con un cuchillo. Un leve reflejo verde oscuro, y blanco, y negro pestañeó en la vaina de un sable oriental en el otro extremo de la amplia habitación.
Sintió un escozor. Y una punzada. Se tocó el cuello, y el dolor aumentó cuando se rozó la herida. Se levantó, sin encender luz alguna y buscó el espejo, ansioso. Apoyó un brazo en la pared y acercó su cara al azogue. Miró.
Dos leves marcas casi contiguas, un cerco de su propia sangre en ellas, le aseguraron que su lúbrica erección no había sido producto de una fantasía.
Se volvió.
Justo a tiempo para notar cómo el sudor se enfriaba por un suave viento, una brisa apenas perceptible para el observador casual que escapaba, con un parpadeo verde, y blanco, y negro acariciando su cuerpo, su erección, empapando de lujuria las paredes y haciéndole sentir desnudo de cuerpo y alma. Inerme y desprotegido en su propia torre, a merced de una voluntad que, pensó, no asustado pero sí turbado, casi ansioso, podría esclavizarlo.
Si lo deseara.
Cualquiera de los dos.
4 comentarios:
Sigo pensando que deberías presentarte a certámenes varios.
Adonis! Narciso! Reverte!
Algo de eso hay, primo.
Algo de eso.
¡Páharo!
Bueno, la esclavitud querida y deseada no es más que un gran placer (eso dicen)
Besicos
Toma, para cuando se te enrede alguna letra por esos pelos de ¡¡hi pi e, me le nu do, ro ba hi gos, be sa mue lles !!
Ay, Don Jose Luis...
http://www.escritores.org/index.php/recursos-para-escritores/concursos-literarios
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