Debería nevar más a menudo.
No cuando estamos en la calle, no cuando vamos de un lugar al otro, no perdidos en mitad del campo sin saber dónde dirigirnos. Y ya lo sé: siempre digo que odio el frío. Y aunque no sé tanto de Física como el Primo Dani o como el Abuelo Arturo, sé lo suficiente para hacerme a la idea de que nunca habrá nieve si no tengo frío.
A veces las nevadas sorprenden, despacio, cayéndote en el pelo mientras estás sentado en una plaza. Es una de las desgracias (y suertes) que tiene el Norte. Bares llenos a costa de ver nevar sentado en una plaza, cuando es noche, cuando aprieta el frío, cuando nada es mío. Cuando nieva.
Un verano extraño se funde con un otoño cálido mientras me toco los rizos a ver si llevan nieve. Es muy sencillo pensar en la nieve a veintitantos grados, al solete en una terraza junto a la catedral, con tapa, caña y sin bufanda.
Y así me paso algunos ratos muertos perdido por León: pensando en si merece la pena pasar frío para ver nevar.
Como dijo una mujer sabia de interminables piernas, el hecho de que esté yo pensando en comprarme un abrigo nuevo cada semana debería darme una idea de lo poco dispuesto a pasar frío que estoy.
Y sin embargo, llegará la primavera.
1 comentario:
Acertada tu nueva entrada, y sabias las palabras de Pretty Woman, escúchalas, o si no... ¡latigazo!
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