No sé si me encanta o lo detesto.
Que me traten de usted. Los niños. Por la calle. Por un lado, está bastante claro que no soy un señor. Entre los pelos y mis camisas de capitán de los piratas, como dice El Alemán, es complicado confundirme con uno. Y por las noches, a las diez de la mañana, en El Péndulo, entrando a las rezagadas de la Carrera de los Tristes, menos. Dedico mucho esfuerzo a ese particular.
Pero también me parece estupendo. Que se acerquen con cautela y cuarenta quilos y preguntan despacio, sin miedo y con naturalidad, con respeto a alguien mayor que ellos, si pueden o no pueden hacer algo, si es correcto o no, si tienes algún dato que a ellos les falta para hacer suyo el Universo del que son legítimos herederos. Y actuales dueños y señores.
Me pasaba antes de ayer, paseando con mi homólogo canino. Loki, el perro que tiene mi madre en su casa. Es vago, comodón, muy guapo y con rizos de color oscuro. Y un imán para las perritas pequeñas. El truhan.
Salimos de casa y nos dirigíamos a un parque cercano donde suele campar el monstruo un par de veces al día. Se tarda un poco, porque el marqués tiene que pararse en cada meada a ver de quién es. En ese juego de olores que las personas no vemos y que a ellos, allí a cuatro patas, les dice mucho más que a nosotros un saludo. Así saben quién anda por el barrio.
Al poco de llegar al parque, debían ser las siete de la tarde, Loki se sumergió en un arbusto. Jugaba con la hierba, olfateaba. Y de pronto, apareció el enano. Debería tener 9 o 10 años, no más. Delgado, desgarbado y gafotas. Un perfecto candidato a miembro de club de rol, al que espero en unos años. Muy educado, se acercó cual centella, se arrimó a Loki sin miedo ninguno, y me miró antes de tocar nada. Con una inocencia aún no quebrada tras las gafas de cristal grueso. Tenía un chándal y andaba él con otro amigo, que se quedó algo más lejos, jugando con una pelota de baloncesto en las canchas del parque. Me miró mientras controlaba de ojo a Loki. Y me preguntó antes de cualquier otra cosa, ya de rodillas, a punto de agarrar a la bestezuela.
"¿Me deja tocarlo? ¿Muerde, señor?"
No, no muerde. Claro que no muerde. Y a ti, menos.
Y por supuesto que puedes tocarlo: vas a heredar el Universo.
1 comentario:
Me ha encantado!
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