...es el principio y el fin.

domingo, febrero 28, 2010

Al mal tiempo buena cara


Llueve.


Mucho, a todas horas. Un sol tímido ha necesitado cuatro meses para atreverse a reaparecer, émulo lo de fuera de aquello que va por dentro. En el horizonte, el viejo puerto, el hogar, un perchero donde poner (espero) cuando llegue cansado a casa los sombreros. Y dejar lejano el chubasquero que he tenido que ponerle a la mirada desde hace meses, prisionero de mis propias intenciones.

Como dijo Lope, quien lo probó lo sabe.

Y como dice Ger, el noventa por ciento, sobra.

Qué sabios ambos. Con la vista puesta en el horizonte, ordeno el cuarto y los pensamientos mientras intento averiguar qué tiempo hará mañana.

Lo malo de trabajar en la calle es tener que estar pendiente, siempre, del

PARTE METEREOLÓGICO

Se anuncia entre los dos tiempo inestable
asoman a tus ojos las tormentas,
por la noche es probable
que el viento sea variable,
que me quieras… y luego te arrepientas.

La isobaras ven hielo en tus venas
y en tu pañuelo un mar que se sofoca
y auguran las antenas
que harán falta cadenas
para subir al puerto de tu boca.

Besarte es desatar un huracán
que suba en el termómetro el mercurio,
algunas nieves dan
calor cuando se van
fundiendo entre el desierto y el diluvio.

A, E, I, O, U
a mi boda fueron todas menos tú.
Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si
marejada ni contigo ni sin ti.

Lo malo es que después la gota fría
se instala entre mis huesos y los tuyos,
corrige mi alegría
la noche de aquel día
que me condena al páramo y al trullo.

Caerá un rayo en mi torre de Babel,
arrasarán las plagas y la hambruna,
vendrán lunas de hiel,
a devastar mi piel
si el desamor no encuentra su vacuna.

A, E, I, O, U
a mi boda fueron todas menos tú.
Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si
marejada ni contigo ni sin ti.

A, E, I, O, U
a tu vera el dulce hogar era un iglú
Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si
marejada ni conti…
marejada ni conmi…
marejada ni contigo ni sin ti.
______________________________
Parte metereológico es una canción incluida en el álbum Vinagre y rosas, de Joaquín Sabina.

Somos el lobo que acecha las estrellas en el cielo
y que devora el fuego en las estrellas.
Nos ocultamos en la noche
cuando la luz se ha ido.
La luz está dentro de nosotros.
Traemos la destrucción de Fuego a la oscuridad.
Los enemigos arden a nuesto paso.

Teme cuando sientas el frío.

Teme cuando oigas el aullido.

Porque sabrás quiénes somos.

Somos los Lobos Espaciales

domingo, febrero 21, 2010

Una lección de peso


Lo malo de los horarios diferentes a los habituales es que nunca sabes a quién demonio te vas a encontrar.

O qué ángeles.

Por eso voy a primera o a última hora al gimnasio. Al de levantar peso, no al de vestirse de negro.

A primera hora nunca hay nadie, y además hay poca luz natural todavía. O la que hay es tenue. Hay poco ruido en la ciudad y todo el mundo entrena tranquilo y a su manera. Los pocos que hay. Dos chicas haciendo máquinas y un señor delgadito de unos cincuenta y muchos en una de las máquinas de cardio. Y yo, levantando peso. A la antigua.

Pero algunos días no me queda más remedio que ir a otra hora. A media tarde. O la final de la mañana un sábado.

Y siempre que hago eso, me cabreo.

Porque soy un intolerante. Y porque llueve. Y me toca los cojones haberme venido a Sevilla y que no pare de llover. Todo el día. A todas horas.

Y llegar mojado y furibundo del trabajo y ver que hay dos canis sin la más mínima educación, comunicándose a grito limpio mientras hacen curl de bíceps en la jaula de sentadilla. El equivalente gimnástico de encontrarte a alguien serrando con una lima cuando necesitas limar una aspereza. O cuando necesitas un hacha.

Normalmente ignoro a todo el mundo cuando entreno, fiel a la máxima de emplear los espacios para lo que son. No voy a tomar copas a una biblioteca. Y ya hablo con gente cada minuto de mi trabajo. Así que pongo peso y lo levanto.

Y en una de esas, pensando pestes de la gente que me rodeaba, tumbado boca arriba en un banco prepadado para empujar una barra con discos, hop, hop, oigo a un mastodonte, ex-campeón de culturismo de Andalucía, con cresta y tatuajes, referirse a su hija (un angelito rubio y diminuto), de meses, allí presente en un carrito.

Y me quedé de piedra bajo la barra, recibiendo bajo 60 kilos una adecuada lección de peso.

"Es que no puedo vivir sin ella".

Dijo.

Y así, como en los cuentos, abracadabra, con una frase mágica cambió de color el universo.

Acabé la serie, me cambié y salí por la puerta, despidiéndome.

Y por primera vez en semanas, había salido el sol.

Como en los cuentos.

Abracadabra.

domingo, febrero 07, 2010

Entre estruendos


Mucho ruido.


En todas partes, a todas horas, sin dejarnos escuchar nuestros propios latidos. Demasiado, demasiado ruido.

Afortunadamente, en esta época andalusí que me he forzado a vivir, el ruido de fuera es mayor que el de dentro, y no tengo que hacer oídos sordos para no quedarme ídem, inerme ante los demonios que antes creía imbatibles. Y hoy, en desbandada, poco menos que molinos. Sin embargo, he de ver, desde una dolorosa barrera, como amigos (y casi hermanos) son heridos por sus propios demonios, hermanos de aquéllos que yo tuviera. Los cuales ha de enfrentar en solitario, sin armadura. A pelo. En plan canalla.

El décimo arcano, la rueda de la vida, sigue inexorable para todos, cambiando siempre, retornando lo perdido a su lugar, parte de un enorme e imperceptible engranaje que chirría sin que podamos darnos cuenta.

Ahorrándonos el ruido:

Ella le pidió que la llevara al fin de mundo,
él puso a su nombre todas las olas del mar.
Se miraron un segundo
como dos desconocidos.

Todas las ciudades eran pocas a sus ojos,
ella quiso barcos y él no supo qué pescar.
Y al final números rojos
en la cueva del olvido,
y hubo tanto ruido
que al final llegó el final.

Mucho, mucho ruido,
ruido de ventanas,
nidos de manzanas
que se acaban por pudrir.
Mucho, mucho ruido,
tanto, tanto ruido,
tanto ruido y al final
por fin el fin.
Tanto ruido y al final…

Hubo un accidente, se perdieron las postales,
quiso Carnavales y encontró fatalidad.
Porque todos los finales
son el mismo repetido
y con tanto ruido
no escucharon el final.

Descubrieron que los besos no sabían a nada,
hubo una epidemia de tristeza en la ciudad.
Se borraron las pisadas,
se apagaron los latidos,
y con tanto ruido
no se oyó el ruido del mar.

Mucho, mucho ruido,
ruido de tijeras,
ruido de escaleras
que se acaban por bajar.
Mucho, mucho ruido,
tanto, tanto ruido.
Tanto ruido y al final…
Tanto ruido y al final…
Tanto ruido y al final
la soledad.

Ruido de tenazas,
ruido de estaciones,
ruido de amenazas,
ruido de escorpiones.
Tanto, tanto ruido.

Ruido de abogados,
ruido compartido,
ruido envenenado,
demasiado ruido.

Ruido platos rotos,
ruido años perdidos,
ruido viejas fotos,
ruido empedernido.

Ruido de cristales,
ruido de gemidos,
ruidos animales,
contagioso ruido.

Ruido mentiroso,
ruido entrometido,
ruido escandaloso,
silencioso ruido.

Ruido acomplejado,
ruido introvertido,
ruido del pasado,
descastado ruido.

Ruido de conjuros,
ruido malnacido,
ruido tan oscuro
puro y duro ruido.

Ruido qué me has hecho,
ruido yo no he sido,
ruido insatisfecho,
ruido a qué has venido.

Ruido como sables,
ruido enloquecido,
ruido intolerable,
ruido incomprendido.

Ruido de frenazos,
ruido sin sentido,
ruido de arañazos,
ruido, ruido, ruido.

miércoles, febrero 03, 2010

La carta del amo


Cuota del Gimnasio Germano, calle Macarena, Sevilla: 38 euros.


Cena baja en carbohidratos y alta en proteínas: 5 euros.

Apretado calzoncillo con apenas lugar para la imaginación: 4´5 euros.

Espejo de tres cuartos colgado en el salón: 60 euros.

Realizar paso a paso y sin errores la rutina de poses que empleó Frank Zane para ganar el certamen de culturismo Mister Olympia 1980, con música incluida: 0 euros.

Pegarte un susto de muerte cuando el montón de mantas del salón resulta ser tu compañero de piso que había decidido dormir allí y esperar a que terminaras la rutina y te pregunta "qué hase, killo" no tiene precio.

Para todo lo demás, MasterCard.

lunes, febrero 01, 2010

Tal vez no muy alto


Ay.

Lo escribó
Edmond Rostand.

Le dió vida
Gérard Depardieu, y Camilo García (un maestro en un arte que amo) le otorgó un nuevo e inteligible soplo de alma para mí.

Pero lo hizo Cyrano.

Os lo dejo:


Ese es mi vicio:
me gusta provocar,
adoro ese suplicio.
¿Qué quieres que haga?
¿Buscarme un protector?
¿Un amo tal vez?

¿Y como hiedra oscura que sube la pared
medrando sibilina y con adulación?
¿Cambiar de camisa para obtener posición?

¡No, gracias!

¿Dedicar, si viene al caso, versos a los banqueros?
¿Convertirme en payaso?
¿Adular con vileza los cuernos de un cabestro
por temor a que me lance algún gesto siniestro?

¡No, gracias!

¿Desayunar cada día un sapo?
¿Tener el vientre panzón? ¿Un papo
que me llegue a las rodillas con dolencias
pestilentes de tanto hacer reverencias?

¡No, gracias!

¿Adular el talento de los canelos?
¿Vivir atemorizado por infames libelos
y repetir sin tregua: ¡Señores, soy un loro,
quiero ver mi nombre escrito en letras de oro!?

¡No, gracias!

¿Sentir terror a los anatemas?
¿Preferir las calumnias a los poemas?
¿Coleccionar medallas? ¿Urdir falacias?

¡No, gracias! ¡No, gracias! ¡No, gracias!

Pero cantar, soñar, reír, vivir,
estar solo, ser libre,
tener el ojo avizor, la voz que vibre,
ponerme por sombrero el universo
por un sí o por un no, batirme o hacer un verso;
despreciar con valor la gloria y la fortuna,
viajar con la imaginación... ¡a la luna!,
no pagar jamás por favores pretéritos,
renunciar para siempre a cadenas y protocolo;
posiblemente no volar muy alto...

...pero solo.