Desapareceré, sin destino demasiado fijo. Me marcho hoy en una furgoneta, mañana en un autobús, pero después no se cómo volveré, ni si me encontraré con alguien en el camino, creo que esta vez sí, pero es complicado, y no se si el mundo está colocado de la manera correcta.
Ocurre que ya no se cómo escribir, tal vez un hueco de tiempo sea lo correcto, lo dice un bolero, que ausencia quiere decir olvido, pero dice alguien más sabio que yo que por cada lágrima en un bolero hay una risa en alguna rumba.
Escribo hoy, pero me apago. Perdón a los ángeles extraños, a las niñas caramelo, a las pinches guachupinas, a todos los que huyen de la huída, y a mi primo, que inventa gaviotas al ver palomas y los cerros se le quedan pequeñitos, huérfano de verde en el Cerrate. Esperadme un tiempo, que yo vuelvo, no se cómo, ni cuándo, ni con quién, esta vez el destino es extraño y más confuso que siempre, o que nunca. El mar, que nunca se decide si va o si viene, si oxida o purifica, que no se queda, pero no quiere marcharse, tiene esa extraña costumbre de hacerme ver las cosas de lejos, y con calma, y con nombres, además de quitarme la caspa, aunque no es lo único de mi cabeza que suele quitarme, o que quizá convenga quitarme ahora.
Agua con sal, en las heridas, magia en verano sin contrato, y un mentalista que, de pronto, es incapaz de ver qué carta será la escogida.
Es un extraño panorama.