En medio de la habitual ensalada de gritos, y haciendo oídos sordos, el más dicharachero reportero con rizos se niega a recoger lo que dentro de una semana ya no será su cuarto, porque nos cambiamos de barco y de naufragio. Sonreímos con la panda de hipócritas en las fotos fingiendo que nos aguantamos, acusando las costuras de los dobles fondos. La guitarra sigue muda y rota, y la primera cuerda, prima inter pares, insiste en romperse haciendo caso omiso a las musas a medias que les da por anidar de vez en cuando en la cabeza. El blog este donde escribíamos aventuras de tira y afloja, con y sin mares, cada vez sirve más para hacer sólo testamento, ahora que se muere una época y se tiñe el mundo un poco más de gris.
A punto de dar la salida, me pregunto si no me he equivocado de competición o de color de kimono, y este no es el torneo donde yo juego, y demasiado a menudo me asalta la duda común de creer que soy sólo el que mira, pero no toca. Cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario.
Al menos, y en medio de la ensalada habitual, los individuos de siempre siguen como putas regaderas. Les pondría un monumento.
Al menos, y en medio de la ensalada habitual, los individuos de siempre siguen como putas regaderas. Les pondría un monumento.
Con más curvas que la M-30.