...es el principio y el fin.

martes, diciembre 27, 2005

Kioskos en la Gran Vía

En medio de la habitual ensalada de gritos, y haciendo oídos sordos, el más dicharachero reportero con rizos se niega a recoger lo que dentro de una semana ya no será su cuarto, porque nos cambiamos de barco y de naufragio. Sonreímos con la panda de hipócritas en las fotos fingiendo que nos aguantamos, acusando las costuras de los dobles fondos. La guitarra sigue muda y rota, y la primera cuerda, prima inter pares, insiste en romperse haciendo caso omiso a las musas a medias que les da por anidar de vez en cuando en la cabeza. El blog este donde escribíamos aventuras de tira y afloja, con y sin mares, cada vez sirve más para hacer sólo testamento, ahora que se muere una época y se tiñe el mundo un poco más de gris.

A punto de dar la salida, me pregunto si no me he equivocado de competición o de color de kimono, y este no es el torneo donde yo juego, y demasiado a menudo me asalta la duda común de creer que soy sólo el que mira, pero no toca. Cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario.

Al menos, y en medio de la ensalada habitual, los individuos de siempre siguen como putas regaderas. Les pondría un monumento.
Con más curvas que la M-30.

lunes, diciembre 19, 2005

Bultos en la espalda

Se acuesta para dormir, dando vueltas en la cama, y un bulto en la espalda en forma de caja de Pandora le impide soñar obligando a imaginar cáscaras de nuez en puertos que no tocan. El bulto-caja palpita cuando respira mal y le oprime el mundo y el corazón, colocando el ritmo de los ojos a la altura de la boca, encogiendo a la par que nos escondemos para no encontrarnos tras un trozo de lana, ahora que aprieta el frío, y que nada es mío.

Se acuesta para dormir, a mil kilómetros, en el Otro Lado del Mar, cada vez más lejos.

Pero a diez minutos.

viernes, diciembre 16, 2005

¿Diga?

Que no.

Que va a ser que no me entiendo. Que pasa que estos días las cosas vienen así, a la española, son orden ni concierto, y que a estos ritmos uno (y sus rizos) pues que no las asume, primo. Que cuando pasan de golpe, me soplan en la oreja, nos damos cuenta de las heridas después, en el momento que pasa el susto, y el corazón (que ya ni le damos cuerda) practica un poco el zen, y se nos calma. Y al calmarse, los golpes se inflaman y amoratan y nos concedemos el lujo, pequeño y más bien goloso, de recapacitar. Pero que tampoco sirve de nada, y le damos demasiadas vueltas, pero descalzos y siempre acabamos en el mismo bar, que se llama Ninguna parte.

Que no, que va a ser que no me entiendo. Que me duelen cosas que no tocan y las que tocan ni escuecen todavía, y pánico me da (como te digo una co, te digo la o) que me entren los picores cuando me aterrice el cerebelo, el cual, al igual que el equilibro, se han fugado a Montecarlo, de vacaciones, los pilluelos.

Que no, canastos. Digo coño. Que mordiendole los pieses al mascarón de proa no me da tiempo a ver el rumbo, y la brújula que se rompió hace poco apunta sólo en las horas impares, pero no en las lentas. Son cosas del magnetismo, aunque el pobre no tiene la culpa de no enterarse de que lado le vienen las hondas, y que ya somos dos los bipolares.

Que va a ser que no.

¿Es la cabeza de Marcos? Que se ponga el encargao.

jueves, diciembre 15, 2005

¿Y usted qué mira?

Llego cansado, me duele el cuello y la mochila se me clava en la espalda aunque una Vaca me alivie parte del camino. Los calcetines, mire usté, cada uno por su lado ignorando a los zapatos. No llueve, pero parece como que sí, aunque sea a ratos. Aparecen caramelos de repente a iluminar las noches, siempre sirve de algo. Me miro en los espejos y no me encuentro, acurrucado tras la toalla del baño y escondiéndome bajo el jabón, me esquivo disimuladamente y me he retirado el saludo. A ver si así, comento, espabilo un poco. LLegando a casa, cuelgo la ropa y me tiendo con ella un rato, que así me dará el aire.

Al año se me acaba otra vez, y esta parece que es para amanecer del otro lado, y en otra parte, y las dianas apuntan en otra dirección. Paseo por un hueco de la cocina con forma de nevera, acampando para evitar pensar, y a lo lejos el oído y una oreja avisan de que Tiene Usted Un Mensaje Nuevo. A la par, se abre una ventanita naranja en un ordenador, avisandome de que aún no sabemos qué coño de día es hoy, si ayer, o mañana. Pero nunca hoy.

Y la memoria no para de mirar atrás. Llega cansada, y le duele el cuello.

Y yo, sentado encima de un bolero, sin entender bien a quién echo de menos.

Pero sospechando.

sábado, diciembre 10, 2005

Ruleta rusa en forma de Revólver

Sintonizando con el ánimo, Carlos Goñi me apunta con el revólver estos días:

Decidieron compartir melancolías,
soledades y fantasmas a la par,
miedos locos, tristezas y alegrías
y juraron no engañarse nunca más.

Decidieron vadear el ancho muro
que separa la mentira del perdón
y revolcarse en el olvido hasta borrar
las heridas de una espina envuelta en flor.

Es mejor caminar que parar y ponerse a temblar,
es mejor caminar que parar y ponerse a temblar.


Hoy la vida les sonríe y Dios dirá
si el futuro les depara un buen color
regalándoles otra oportunidad
de empezar con su pie bueno ya van dos

y mil veces más tendrán que recorrer
la vereda más incierta y perdonar
mientras no les lluevan piedras les irá mejor que bien
ojalá que el sol no deje de brillar.

Es mejor caminar que parar y ponerse a temblar,
es mejor caminar que parar y ponerse a temblar.

Y confío en que no olviden el infierno
y los motivos que les llevaron allí
y que la vida no les guíe hasta lo negro
espiral de donde no hay forma de salir

Una lágrima es mayor que el mar entero
cuando el viento lleva a lomos la traición,
porque la vida se convierte en un invierno
tenebroso para dos

Es mejor caminar que parar y ponerse a temblar,
es mejor caminar que parar y ponerse a temblar.

viernes, diciembre 09, 2005

Un velero llamado libertad

Se me ocurre que es abrir una ventana, y ventilar cuando ya tocaba, aunque cuentan que hubiese sido mejor antes. Se trata de despertarse con arena de un sueño Al Otro Lado Del Mar escurriéndose en los dedos, y enfrentarse a la realidad, que ya nos toca. Aire nuevo en un velero que se llama, Perales (que sabe mucho de estas cosas, aunque se haga el moderno con chupas de cuero) contaba, Libertad. Una hojita nueva en el cuaderno de fingir que hago boleros, después de tangos con tachones, con esas cosas que tienen los tango de herir sin matar, y de hacerse inolvidables.

Y el libro aquel a medias que se llama con su nombre, saluda con la manita, contento de no tener que bautizarse de nuevo. Creo que la memoria de echar de menos debe ser justa con la de las manos, y dejar los nombres a las cosas que corresponden, cuenta un soneto de uno que se equivocaba. Y las horas lentas en los relojes pequeñitos se acaban a la vez que las monedas de monederos de plata que viajaron mucho más lejos de lo que les hubiese tocado si se hubiesen quedado en casa. Cerramos las maletas de marcharnos lejos, recogemos los zapatos de ir a buscar aunque nos llueva, mira que me mojo, no importa, pobre, un beso, y me pongo una bufanda pendiente de comprarme que me quitará, digo yo, el frío que nos queda por dejar caliente.

Borro la pizarra en la que me enseñaste a sumar dos contra el mundo, y a equivocarnos sumando, pero pagar la suma de las cuentas siempre un poquito más tarde. Rompo las pinturas verdes, guardando un poquito en una bolsa en la que hay armas de la edad media que cortan menos que acordarme, y me ato los cordones de las botas de irme un rato de mi mismo. O dos. En un recóndito bolsillo, tarjetitas del Teatro Antiguo se me mezclan con la nota de Telepizza de la última vez que te acariciaba. Malos días estos en que el sol se nos esconde, dentro y fuera de los ojos.

¿Y ahora? Pues abrir las alas. Y volar.

A contraviento.