...es el principio y el fin.

viernes, mayo 27, 2005

Mariachi contra Raimon

Hubo una época feliz en que Raimon, maestro armero y guitarrero, adalid del amor y la poesía, y un servidor de ustedes se cruzaron unos sonetos a modo de duelo en una lista de correo, detonando todo a partir de una visita en fallas a Valencia, donde lo conocí. Plagiamos descaradamente los sonetos de Sabina. Todo empezaba así:

Benditos sean los Raimons cuando riman,
y los chulos que lloran por la espalda.
Benditas sean las dueñas de las faldas
que en fallas pierden miedo y se te arriman.

Bendito sea el sabor de las canciones
mezclado con el vino de los cachis.
Bendito sea pasárnoslo tan chachi
en plena libertad, con dos cojones.

Benditos sean los fanes más lloricas,
los magos que son ninjas cantautores:
bendito y santo tú, mi primo hermano.

Bendito el piso que se necesita.
Benditos sean los sólidos rumores
de que en fallas, Valencia la quemamos.

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Y responde Raimon:
Benditas sean las noches por Pucela,
los tragos que nos faltan por tomar.
Bendita sea la falta de inocencia,
de niñas sin edad ya de jugar.

Benditos sean tus versos "Becquerianos"
escritos, y faltos por escribir,
las noches cantando en un gimnasio
"¿Quién me ha robado el mes de abril?"

Benditas sean las manos que juegan
con un as de corazones marcado,
que siempre acaba por aparecer.

Benditos sean los trenes que te llevan
hacía Valencia cualquier mes de marzo,
y te dejan con ansias de volver.

jueves, mayo 26, 2005

Joyitas

En el mundillo de la magia (aunque lo tengo un poquito abandonado hasta próximamente) existe una palabrilla en argot, "joyita". Es todo aquel juego sencillo de gran efecto. Es decir, algo pequeño, pero que vale mucho más de lo que indica su tamaño.

Ayer, magias a parte, hubo dos horas de joyitas en un concierto. Él se llama Javier Krahe, y desde luego, no necesita gritar para que lo escuchen. Es una pena esto de ser humano y olvidarse poco a poco de las cosas, en vez de tener grabado cada nombre de cada detalle y el instante de cada momento. De todas formas, me alegro de poder recordar mejor las sensaciones que los detalles, imagino que si no, nos volveríamos locos.

Un ratito compartido con una sala llena de gente que, por la vida, pasaba por allí, para olvidarnos del mundo y sus maneras, y dejarnps a nosotros mismos viajar a lugares que no existen, a embarcar en un viaje imaginario .

Y, de sorpresa y de gran final, mis dos canciones favoritas. De una ya hablé, pero leer la letra es sólo una sombra leve y sin color de lo que pasaba en el escenario. La otra, en fin, ocurre en un país imaginario, que es Suiza. Ya lo dijo ayer Krahe, el Suizo, sufre. Como el Neozelandés.

Me parece tontería describir más cosas. Si teneis ocasión de verlo... id.

Que me pongo recordar, y me apalanco.
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Javier Krahe es un cantautor madrileño que lleva casi treinta años en los escenarios. Aunque el término cantautor igual no corresponde con la imagen que él y sus canciones dan, ni con lo que ocurre en el escenario cuando canta él. Canciones resultan románticas tras la corteza del humor y a veces el desengaño, pero divertidamente positivo siempre. Apenas practica la canción protesta, porque como dice él "es divertido reírse de cosas que no han pasado, pero con situaciones reales da menos risa". Podeis ver más cosas en Proyecto Krahe.

martes, mayo 24, 2005

Soñé con ella

Estaba cenando con ella, me temo que nos enfadamos, muchas veces las palabras duelen y hacen heridas a traición por donde nos nos esperamos. Aunque tengo que reconocer que estaba preciosa. Salimos del bar sin hablarnos, y sin mirar a la gente, esquivando sus miradas, las nuestras y las gemelas de las nuestras en los espejos. No había nadie con quien hablarlo, ni demás comensales, ni ella, ni yo, ni nosotros mismos.

Aunque tengo que reconocer que estaba preciosa.

A la salida no hubo cruce de palabras, pero yo nunca he sido demasiado paciente. Ella estaba un paso por delante, con las manos fuera de los bolsillos, bastante vacías, bastante huecas, así que tuve que pecar, y en delito, cogerselas con las mías. Ella las apretó, nunca lo había sentido tan nítido, tan claro, tan cristalino. En un gesto simultáneo que nunca habíamos ensayado, aunque ha rebotado mil veces en mi cabeza la abrazé, desde atrás, rumbo a su cuerpo, mi pecho contra su espalda, besandole la nuca, y quizá el cuello aunque no lo recuerdo. Ella siempre huele bien, y a veces mataría porque el mundo oliese siempre a ella, o porque el trozo de tela que dejó abandonado no se hubiese olvidado de ella tan rápido y me dejase recordarla, un pedazo pequeño de ese olor que no me cansa nunca.

El resto está un poco confuso, sonó un teléfono y me despertó.

Resulta que era sólo el sueño de una siesta y que nunca había ocurrido. Me dolió un poco darme cuenta de eso, y traté de llamarla, pero no estaba. Se había ido, la realidad se impuso con un mazazo por dentro y dejñe de pronto de verla. No había sido más que mi imaginación jugando con ella-

Aunque... tengo que reconocer que estaba preciosa.

¿Por qué no hacer alpinismo?

Estos días que anuncian a gritos los carteles a Javier Krahe, y se dejará caer sin prisa y sin permiso mañana y pasado en el Café España, he estado repasando sus canciones para poder corear como corresponde cuando, de riguroso gris canoso las desparrame con gracejo y saber hacer para dejarlas encaramarse al humo de ese bar.

Hay un estribillo que me ha decorado el msn hace poco, y en el momento que dejo escurrir esto en el blog, diciendo "cuando todo da lo mismo, ¿por qué no hacer alpinismo?". Alguien, al verlo, me abrió una ventana, alegando que "cuando todo da de lado, ¿por qué no darse al pecado?". No se exactamente a que se referiría Krahe con el alpinismo, si es una alegoría de las suyas o sólo un chiste para inventar una sonrisa al atento y sediento escuchante (que no oyente) de sus canciones. Pero dudo que él quisiese ser literal. Pero está claro, cuando las cosas se rompen y no pueden arreglarse, ¿qué más da? Carretera, y manta, y nos vamos a hacer rapel. Simplemente, cuando lo que importa se rompe, rasga y se deshace, y llegamos al punto en que vemos que cualquier cosa cae en saco roto y que no se puede enderezar de ninguna forma y nunca podríamos cambiarlo, es el momento de cambiar de punto de vista, de olvidarnos, y pasar a otra cosa, y a ser posible, que no tenga nada que ver.

Un poco más maligno es mi amigo, el cual me es más cercano que Javier Krahe y suele tener momentos, la verdad, bastante brillantes. Imagino que quiere decirme que cuando todo importa nada, no sería mal momento para empezar a ser malvado y hacer lo que antes, por lo demás o por culpa propia (solemos ser nuestros principales culpables) nos estaba vedado, sedado, o prohibido. Aunque si nada importa nada y todo importa nada, tampoco hay hueco para el pecado, sólo se peca cuando sabemos que hacemos algo malo. Pero igual es el momento de olvidarse de eso y, simplemente, hacer las cosas sin pensar en los demás, porque todo da lo mismo.

¿Por qué no hacer alpinismo?
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La canción a la que hago referencia es "La Yeti (1ª parte)", del disco "Sacrificio de dama". La letra la encontrareis aquí.

Días de playa

Esta semana canta Javier Krahe en Valladolid. Acudiré, como es ley y como cada año, al Café España a escucharle. ¿No lo conoceis? Os perdeis el mundo tras la mirada privilegiada del que ve la belleza en cada pequeña cosa que ocurre. ¿Una muestra? Días de playa. Creo que hoy me encanta esta canción. Y dice el coro:

Ahora que tus besos no son cosa mía,
que escribes con otro tu autobiografía
mientras yo recuento las olas del mar
tumbado en la arena de una suave duna,
que si tropecientas, que si mil y una...
y a ver si con esas consigo olvidar

que arrancaste de cuajo
mi corazón sin fe,
pero aún con latido.
Mira, un escarabajo
que bordea mi pie...
ya se va... ya se ha ido...

Rompe cada ola dándose importancia.
Mal mirado, el mar es una redundancia,
pero es refrescante, y hace tanto sol...
que, antes de que, ardiente, te envíe un saludo,
a nadar me llevo mi cuerpo desnudo
y un ratito a braza... y un ratito a crawl...

y, después, hago el muerto
y me dejo mecer...
¡que placer cuando flotas!
Si tu amor es incierto
no es incierto el placer.
Y, en lo alto, gaviotas...



Bueno, ya me salgo, me seco, me visto,
recojo la bolsa y el sombrero y, ¡listo!
gazpacho y lenguado en Casa Tomás.
En la mesa aún siento cierta agorafobia,
pero el vino es bueno... ya vendrá otra novia,
ésa de ahí, tan guapa... ésa otra, quizás...

Sé muy bien que algo falla,
pero, ¿acaso hago mal
engañando a la pena?
Gracias mil a la playa
por su apoyo moral...
su granito de arena.

lunes, mayo 23, 2005

El Salmón

"Voy a seguir en otra dirección, la difícil, la que usa el salmón".

- Andrés Calamaro, El salmón.

Contracorriente a desovar, ignorando al mundo, el tiempo y las costumbres. Es el salmón que va en dirección contraria sin importarle que cuesta más. Es curioso, a veces me pregunto si el tal Salmón se ha parado a hacer un croquis de la vida para darse cuenta de que todo sería más fácil. Simplemente, no luchar contra lo que no puede moverse y es obvio que no va a cambiar de dirección, sentido ni intenciones, y dejarse llevar precisamente en la dirección que sería, para el curioso observador que pasaba por allí, más lógica, mejor, y más gratificante.

No logro entender al Salmón. Intento pensar como él, pero se me pone difícil pensar como piensan los peces. No comprendo qué fuerza extraña le empuja a desafiar a toda la Naturaleza en duelo mano a mano con el agua de testigo, y además, salir ganando. No creo que yo pueda o pudiese hacer eso, el agua en contra me pesa cada día demasiado más, y me empuja la corriente contra las paredes de agua del mundo, del río y las costumbres. Nunca me ha gustado que me empujen, pero si hay algo peor es que te vuelvan a empujar. Dolores con eco, como dice el poema que escribió una amiga mía, que duelen otro poco más, y otro poco más, y otro poco más y parece que nunca se deciden a extinguirse. En estos días turbulentos en que suceden las cosas entre lentas y demasiado rápidas, quizá pienso en ríos que no son los que debo nadar. Ya existen los puentes de tierra a tierra, que hacen sombra sobre el río, a lo mejor me toca a mi inventar un puente de río a río, para dejar de equivocarme con las corrientes, pararme en un lago que no me empuje, un rato para pensar, y olvidarme del mundo, del tiempo, y de las costumbres.

Y nunca en otra dirección. Ya sabeis, la difícil.

La que usa el Salmón.

martes, mayo 17, 2005

Reloj de gotas

Últimamente me preocupa el tiempo, parece que se me escurre de las manos sin poder hacer nada, un reloj de arena con cuentagotas, cada gota un momento que se muere sin haber podido haber hecho nada con él, o pero, habiendo podido y sin haberlo hecho. De todas formas, el tiempo de agua de reloj de cuentagotas va dejando caer ese agua en las heridas y las va limpiando, o enterrando con otras nuevas, o al menos, dejandolas lejos en el tiempo.

Hoy he hecho una tarta de chocolate, y me he dado cuenta de que el cacao que desayunaba él se está acabando. Otra cosa de ese señor que se apaga y nos abandona, aunque pongan en casa retratos en los que, obviamente, aparece disgustado de que le pinten y se disfraza con cara de mueca que no me suena. Mi hermano entrando por la puerta tose igual que él y se funde la realidad con la cabeza por un momento y te deja la tarde un poco más rota de lo que estaba.

Y estrenan películas que él hubiese querido ver. Espero al menor, que donde esté, no nos cuente el final. Que a veces se le escapaba.

Gota a gota, claro.

jueves, mayo 12, 2005

El mundo a través de un caramelo

El Náufrago se acercó a la playa. La marea, a su bola como siempre, y con el ritmo propio de las cosas que parece que sonríen sabiendo cosas que nosotros ignoramos, había arrastrado hacia la orilla una caja de madera. El Náufrago se acercó, tanteando la caja con el pie. Una leve pátina de algas le acarició un dedo al hacer esto, y viendo que nada se movía dentro, llevó la caja tierra adentro.

Su sopresa fue bastante grande al romper la tapa de madera (no pudo sacar los clavos y tuvo que romper las tablas). Estaba llena de piruletas. Nunca en su vida había visto tantos caramelos juntos, la caja parecía casi más grande en su interior de lo que evidenciaban sus medidas externas. Introdujo en la caja las manos, removiendo su dulce contenido. Era curioso, eran todas diferentes, cada una de una forma, envuelta de distinta manera, con un palito de plástico a veces, otras de madera, algunas de materiales que el Náufrago ni siquiera conocía. Había algo en esas piruletas que le llamaba la atención. Buscó en la casi volcánica erupción de dulces, un arcoiris de azúcar que había naufragado, como él, en medio del mar de sal que rodeaba la Isla. Trató de escoger una, pero era bastante complicado.

Descartó una amarilla, recordándose a sí mismo que el limón nunca le había gustado, era una pena porque era de plátano. La verde tampoco, odiaba la menta. Aunque no sabía que la piruleta de kiwi le habría encantado. Otra estaba rota, decidió que tampoco, aunque no pudo encontrar la otra mitad. A la siguiente le faltaba el palito, piruleta huérfana. Una más, vaya, sólo el palo, pero no era el de la anterior. Dos huérfanas seguidas. Desechó dos que llegaron sin envoltorio, aunque el interior no estaba mojado, se había filtrado salitre y humedad que las habían dejado en un estado bastante desagradable al gusto, al tacto y, claro, a la vista. Decidió que no entendía el por qué de la piruleta negra, y la dejó en la arena, para alegría de un cangrejo, que afortunado él de no poder ver los colores, dió buena cuenta de ella subido en una roca. Luego se echó la siesta. El Naúfrago (naufragando ahora en un océano de piruletas) hizo un alto en su naufragio de dulces, decidiendo dejarlo todo en manos de la suerte. Había sido ella la que lo llevó a la Isla, en la cuál no estaba del todo mal, así que qué demonios, voy a arriesgarme, dijo, y con los ojos cerrados metió la mano en la caja de sal por fuera, azúcar por dentro.

Sacó una sola, bastante grande pero no enorme. El envoltorio era de papel marrón, imitando el de un caramelo antiguo, igual que el palito, que resultó de madera (de un pino al que no preguntó nadie, pero es otro asunto). La miró, y le quitó el papel que la tapaba y protegía.

De pronto se dió cuenta de lo que le extrañaba del tesoro pasado por agua que el mar le había regalado.

Era la única piruleta de fresa.

Y le encantaban las fresas.

Ufano, la guardó en el calcetín y se dirigió con ella hacia la selva.

++continuará++