...es el principio y el fin.

domingo, noviembre 23, 2008

Azul (II) - ¿Te lo cuento?


¿Me callo?

¿Te lo cuento?

Son las cinco de la tarde y hace una hora que trato de dar forma a un borrador coherente para esta entrada, intentando averiguar qué decir, a quién decirlo, cómo hacerlo.

¿Me callo?

¿Te lo cuento?

Sonreías.

Ayer, o antes de ayer. Iluminando el mundo, sonreías.

Con los ojos... sonreías.

Ni te puedes imaginar lo que me alegro cuando pasa eso. Ni te puedes imaginar las ganas (las ganas, las muchas ganas) que tengo (y no te diré) de hacer que te ocurra eso todas las mañanas.

¿Te lo cuento?

Todo se vuelve gris en cuanto te doy la espalda, en cuanto dejo que te vayas, aunque todo está borroso cuando te tengo delante y no sé qué hacer, ni qué decir, ni si mirarte, ni siquiera si tocarte.

No puedo decir que esté acostumbrado.
No puedo decir que no me muera de miedo al saber al acostarme que seguiré sin saber qué hacer, ni qué decir, ni si mirarte.

Y sin embargo, cada rato que te cruzas en mi línea de visión (en mi inerme ángulo de tiro) no hay otra cosa que pueda, que quiera, que desee mirar. Que mire.

¿Te lo cuento?

Te marchaste en dirección contraria y ni siquiera pude darte un beso de despedida.

Al menos, al menos...

Me permito el excesivo lujo de imaginar que te fuiste a la cama sonriendo.

Con los ojos.

¿Te lo cuento?

jueves, noviembre 13, 2008

No sé si ya lo puse antes.

Lo vuelvo a poner, en un día que ha acabado con sensaciones ambiguas. Como todos los sonetos de este tipo (lo siento Dué: a mí la poesía me gusta así), se deshace en la boca.

Aunque pienso que... de momento, sólo
Azul, pasan los días y sigo lejos de llegar a puerto. El mar se extiende en todas direcciones, y la posibilidad de seguir un rumbo fijo (a Buen Lugar, en Buena Esperanza) sólo se sostiene por la voluntad del capitán, en este caso yo, en este caso poca.

Y no quiero escribir.

El soneto.

Va:



¡Ah de la vida!" ... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.


¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.


Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será y un es cansado.


En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto
.

viernes, noviembre 07, 2008

El efecto observador


No me gusta la física.


Jokin lo sabe.

Él (una de las personas más inteligentes que conozco) tiene ese maravilloso don para entender el mundo reduciéndolo a trocitos. Entiende cosas como el campo gravitatorio, los cuantos, los fluidos y (yo jamás lo comprenderé) los circuitos.


Pero también tiene esa visión holística del mundo que me encanta compartir. Y ese delicioso punto humanista que tienen (han tenido) todas las “buenas mentes”, como las llamaba un señor sin corbata que conocí: Stephen Hawking, Galileo, sir Isaac. Avicena.

Todo en el universo está conectado.


No sé si es la causalidad de la que siempre hablan los creacionistas o es, como me imagino que diría el señor Haw
king, cuestión de las supercuerdas.

Jokin (quien siempre he creído que hubiese sido un brillante alquimista) me miraría y, tranquilamente, porque es un tipo que sabe lo que hace, me sacaría un par de cartas.


El carro.

Y la rueda.

Y ese es el caso. Si subirse o no al carro. Si girar o no la rueda.

Si me gustase la física, como Jokin sabe que no pasa, le preguntaría a él como ingeniero sobre rozamientos de ruedas, sobre velocidad de carros, y debatiríamos el tema hasta las tres de la mañana tomando cerveza y seguramente diseñásemos un vivo entre existencialista y esotérico, aunque eso sea imposible.

Pero no me gusta la física.


Así que la próxima vez que lo vea, en vez de como ingeniero, le preguntaré como amigo.
A ver si ve algo que no vea yo.

Que para eso (y yo nunca lo comprenderé) entiende los circuitos.

Cartas futuras


Estimados habitantes del futuro:

En cierta ocasión amé.

Aunque me dolía.

Amé hasta el dolor, hasta el susto, hasta no dormir.

En otra anterior, amé hasta la costumbre. Hasta la seguridad. Que es bueno. Y es escaso. Y no se me olvidará mientras queden violines.

He amado mucho, mucho, mucho. Y, siempre, sin excepción, apasionadamente. No conozco otra manera.

Estoy usando (Duenda, La Duenda lo sabe) el verbo amar en su acepción más amplia. En plan canalla. Pero la etimología no puede soslayarse. No puedo amar si no es con pasión. Y, como he dicho muchas veces hablando de modelos, de maquetas, puede que los detalles estén exagerados. Pero hay todo lo que hay.

Hoy, hace un rato, bajando una persiana, he pensado en mis abuelos, y más atrás, y en mis nietos, y más adelante. He pensado que conozco la historia de amor de mis abuelos, y la de la tata Iba, que se escapó de la casa donde estaba de criada en Marruecos la noche antes de que España devolviera la soberanía para casarse con un legionario que la amó (con pasión, hasta la costumbre y la seguridad) durante el resto de su vida.

Pero he pensado así mismo que no sé (y no sabré nunca) cómo o por qué se conocieron mis bisabuelos, mis tatarabuelos. Mi retatarabuela, una señora con dos partidas de nacimiento y que acabó apellidándose Verdié. Nadie me contará nunca si amó, si amó, si amó con pasión. Ya nadie se acuerda de su historia. Tengo dieciséis tatarbuelos de los que sólo me queda algún retrato, unos apellidos desgastados por el uso y alguna partida de nacimiento, con su muy posterior, o no tanto, acta de defunción.

No tengo ni idea de si tendré descendencia en algún momento.

Siempre, siempre he querido, pero no lo sé.

Si ocurriera, si a alguien en el futuro tiene ocasión de informarles, si por alguna casualidad mágica pudiera llegarles éste eco, que les llegue. Que se lo cuenten. Que sepan.

Que sepan que amé.

A novias, a amigos, a amigas, a enemigos, a hermanos de sangre y de kimono, a la gente rara que tira dados. En español, en inglés y un poquito en turco. No llegué a más. Pero llegué.

Amé.

Con pasión, aunque, sin, desde (y hasta) que me doliera.

Y contadles (por favor) que volvería a hacerlo.

¡Gracias!

Atentamente,

Max Verdié (caballero).

miércoles, noviembre 05, 2008

Max Verdié contra el Mundo Prisma


¿Qué les pasa a las canciones?

Pensaba que entendía algunas, pero era sólo porque las miraba desde una sola cara del Mundo Prisma.


Pese a lo que dice mi publicidad, no leo el pensamiento. No sé en qué pensaban sus autores cuando las escribieron. Sólo sé lo que pensé yo al oirlas. Y sé en quién pensaba.


Y resulta (oh, poridad de poridades) que lo que en una cara del prisma hablaba de que me sigue doliendo mucho, en la siguiente (o varias más alla) cara es una de esas cosas que, en los días nublados, hace que sonría así, como canalla.


Me siento en la Maxcueva de la soledad y miro Amalynth, el Mundo Prisma.

De fondo, una de
Melendi que antes era Verde y que ahora suena Azul.

Huele aire de primavera.

Quiero y no puedo (un Relato Asombroso de ciencia ficción)


Es la tercera vez que empiezo este borrador.

He parado la serie que estaba viendo, porque no atino con lo que quiero escribir.

Quiero poner que navegaría en tus ojos semanas y que no me preocuparía de tener miedo de no encontrar puerto, porque allí dentro nunca tendría miedo.

Quiero poner que me pareció (ayer, ayer, ayer) que te ponías nerviosa cuando te abracé y que sonreíste, y que casi me caigo al suelo como siempre que sonríes, y que cada vez me gusta más que lo hagas, y que lo hagas con los ojos.

Quiero poner que no puedo dejar de pensar en que ojalá todo lo que encuentro oliera como tú, confesarte que aprovecho para no olvidarlo cada vez que estás cerca, en cada beso, en cada giro (en cada broma).

Quiero poner A GRITOS todo lo que me ronda por la cabeza cuando estás cerca, cuando estás lejos, cuando estás y CUANDO NO ESTÁS. Quiero decir que te mordería y pondría un beso en cada casilla de beso de tu cuerpo y que veo setecientas veintitrés casillas por centímetro cuadrado. Quiero decir (lo puede afirmar cada estupidez que digo si andas cerca porque no me sé aguantar los nervios) que no sé qué decirte si andas cerca porque no me sé aguantar los nervios.

Quiero (y quiero) decir que hoy también voy a dormir poco porque o pongo algo por escrito o exploto, y que sé que me tengo que estar callado porque NO es prudente decir nada, y quiero decir (esto SÍ es una botella al mar) que NUNCA, que nunca, que nunca he sido paciente y que algún día cometeré una tontería porque no voy a ser capaz de esperar. O de estarme quietecito.

Quiero decir que no voy a decirte nada.

Y quiero decir que no tienes ni idea de nada de esto, y quiero decir que estaré callado y quiero decir y quiero poner que o me besas ya o dejaré de saber por qué demonios tengo boca.

Quiero.

Y no puedo.

domingo, noviembre 02, 2008

Azul


No te pongas triste.

Por favor.

O tendré que quedarme para asegurarme de que estás bien. De que no lloras. No llores. Por favor. Apenas me puedo controlar si me sonríes, apenas consigo separarme de ti los días que te veo y estás alegre. No me atrevería a dejarte sola si te encontrase (si te viese) llorando. Si te doliera algo. Cualquier cosa. Aunque no tengas ni idea de que me quedaría a tu lado con una sola palabra tuya, o sin ella si me atreviese a contarte esto. Pero no es prudente.

¿Sabes? Últimamente me ocupas mucho tiempo en la cabeza. Bailas,
preciosa, escurriéndote entre mis pensamientos, apareciendo en mi memoria y alegrándome el día cuando pienso en cosas que evitan que sonría. Siempre las espantas cuando te cuelas en lo que estoy pensando, y así se me pasan los días esperando los días en que te encuentro. Pensando en un día en que me atreva a hablarte de esto y a pedirte permiso para hacer que nada, nunca, vuelva a hacerte daño. Pero claro: no es prudente.

No te pongas triste.

Por favor.