¿Me callo?
¿Te lo cuento?
Son las cinco de la tarde y hace una hora que trato de dar forma a un borrador coherente para esta entrada, intentando averiguar qué decir, a quién decirlo, cómo hacerlo.
¿Me callo?
¿Te lo cuento?
Sonreías.
Ayer, o antes de ayer. Iluminando el mundo, sonreías.
Con los ojos... sonreías.
Ni te puedes imaginar lo que me alegro cuando pasa eso. Ni te puedes imaginar las ganas (las ganas, las muchas ganas) que tengo (y no te diré) de hacer que te ocurra eso todas las mañanas.
¿Te lo cuento?
Todo se vuelve gris en cuanto te doy la espalda, en cuanto dejo que te vayas, aunque todo está borroso cuando te tengo delante y no sé qué hacer, ni qué decir, ni si mirarte, ni siquiera si tocarte.
No puedo decir que esté acostumbrado.
No puedo decir que no me muera de miedo al saber al acostarme que seguiré sin saber qué hacer, ni qué decir, ni si mirarte.
Y sin embargo, cada rato que te cruzas en mi línea de visión (en mi inerme ángulo de tiro) no hay otra cosa que pueda, que quiera, que desee mirar. Que mire.
¿Te lo cuento?
Te marchaste en dirección contraria y ni siquiera pude darte un beso de despedida.
Al menos, al menos...
Me permito el excesivo lujo de imaginar que te fuiste a la cama sonriendo.
Con los ojos.
¿Te lo cuento?