...es el principio y el fin.

jueves, mayo 12, 2005

El mundo a través de un caramelo

El Náufrago se acercó a la playa. La marea, a su bola como siempre, y con el ritmo propio de las cosas que parece que sonríen sabiendo cosas que nosotros ignoramos, había arrastrado hacia la orilla una caja de madera. El Náufrago se acercó, tanteando la caja con el pie. Una leve pátina de algas le acarició un dedo al hacer esto, y viendo que nada se movía dentro, llevó la caja tierra adentro.

Su sopresa fue bastante grande al romper la tapa de madera (no pudo sacar los clavos y tuvo que romper las tablas). Estaba llena de piruletas. Nunca en su vida había visto tantos caramelos juntos, la caja parecía casi más grande en su interior de lo que evidenciaban sus medidas externas. Introdujo en la caja las manos, removiendo su dulce contenido. Era curioso, eran todas diferentes, cada una de una forma, envuelta de distinta manera, con un palito de plástico a veces, otras de madera, algunas de materiales que el Náufrago ni siquiera conocía. Había algo en esas piruletas que le llamaba la atención. Buscó en la casi volcánica erupción de dulces, un arcoiris de azúcar que había naufragado, como él, en medio del mar de sal que rodeaba la Isla. Trató de escoger una, pero era bastante complicado.

Descartó una amarilla, recordándose a sí mismo que el limón nunca le había gustado, era una pena porque era de plátano. La verde tampoco, odiaba la menta. Aunque no sabía que la piruleta de kiwi le habría encantado. Otra estaba rota, decidió que tampoco, aunque no pudo encontrar la otra mitad. A la siguiente le faltaba el palito, piruleta huérfana. Una más, vaya, sólo el palo, pero no era el de la anterior. Dos huérfanas seguidas. Desechó dos que llegaron sin envoltorio, aunque el interior no estaba mojado, se había filtrado salitre y humedad que las habían dejado en un estado bastante desagradable al gusto, al tacto y, claro, a la vista. Decidió que no entendía el por qué de la piruleta negra, y la dejó en la arena, para alegría de un cangrejo, que afortunado él de no poder ver los colores, dió buena cuenta de ella subido en una roca. Luego se echó la siesta. El Naúfrago (naufragando ahora en un océano de piruletas) hizo un alto en su naufragio de dulces, decidiendo dejarlo todo en manos de la suerte. Había sido ella la que lo llevó a la Isla, en la cuál no estaba del todo mal, así que qué demonios, voy a arriesgarme, dijo, y con los ojos cerrados metió la mano en la caja de sal por fuera, azúcar por dentro.

Sacó una sola, bastante grande pero no enorme. El envoltorio era de papel marrón, imitando el de un caramelo antiguo, igual que el palito, que resultó de madera (de un pino al que no preguntó nadie, pero es otro asunto). La miró, y le quitó el papel que la tapaba y protegía.

De pronto se dió cuenta de lo que le extrañaba del tesoro pasado por agua que el mar le había regalado.

Era la única piruleta de fresa.

Y le encantaban las fresas.

Ufano, la guardó en el calcetín y se dirigió con ella hacia la selva.

++continuará++

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es totalmente cierto que existen actualizaciones capaces de compensar la de noches de sufrimiento que me das :P

Besos, de una heartcandy

Anónimo dijo...

Hola Marcos ¿dónde estas? en la isla de los naufragos, no te encuentro, ¿escondido tras la retórica? no te encuentro. Me gustas más tú, y a veces, cuando apareces me encantas, pero hay que buscar y buscar, y quitar las máscaras, esas que te gustan tanto. Luego me hablas de luchar contra los muros, y de arañarlos.
Y no hagas sufrir a las heartcandys, pobres.

Beso de buenos días (escribe más porfi, aunque tenga que buscarte entre líneas).