...es el principio y el fin.

domingo, octubre 04, 2009


Rafael en la ciudad despierta

Un Relato Asombroso de horror transhumano

por

Marcos Pastor
guionista y productor de APK


Recuerdo despertarme.

Con espantosa nitidez. Sin rastros de sueño, sin cansancio, sin bostezos.

Boca arriba. Perfectamente colocado en unas sábanas idénticas a las que yo mismo había puesto limpias la noche anterior.

Recuerdo el calor, y un ventilador de la lámpara en marcha, lento e inexorable. Siempre había habido un ventilador en ese techo, siempre en marcha, todas las noches.

Me senté en la cama. Y miré alrededor. En la penumbra, todos los objetos del cuarto ocupaban exactamente el mismo lugar que cuando me quedé dormido, ocho horas de reloj antes.

Me giré, para alcanzar el interruptor.

Lo pulsé.

Ojalá nunca lo hubiera hecho.

La luz se derramó instantáneamente sobre la habitación, dejándome ver todos los objetos que allí había. Recuerdo el aire extrañamente quieto, y el leve velo de irrealidad con que parecía empaparse todo a la luz de una bombilla de bajo consumo. Me levanté.

Me acerqué a la silla de la esquina del cuarto, donde estaban, dobladas exactamente igual que hiciera ayer, las mismas prendas que me quité antes de dormir.

Las mismas prendas.

Tomé la camisa. La miré de cerca. La misma marca. Y el mismo color. Y el mismo roto exactamente igual y exactamente igual cosido por mi madre en el mismo lugar.

La camisa, desde la primera puntada hasta el último botón, idéntica a la que yo dejé ayer en aquella silla, ocho horas de reloj antes.

De reloj.

Recuerdo el reloj. Sobre la mesilla de noche, con caracteres rojos, de leve luminiscencia, y un roto en la parte posterior. Yo mismo lo arreglé con masilla epoxídica seis meses y tres días atrás. El reloj que reposaba en la mesilla era exacto, diáfanamente reproducido. Lo cogí.

Recuerdo mirar la masilla.

En ella, en el mismo lugar de siempre, las huellas de mis dedos, iguales línea por línea se podían ver y tocar. Dejé caer el reloj. Salí del cuarto.

Caminé por un pasillo cuyas marcas de pintura gruesa en la pared estaban en los mismos lugares, milímetro a milímetro, que ayer ocupaban, idénticos, sus gemelos en mi casa.

Giré.

Recuerdo entrar al lavabo. Y mirarme en el espejo. Y ver una cara devolviéndome la mirada. Con mis ojos. Con mi cara. Apoyado en el lavabo, recuerdo acercarme al espejo para observar detenidamente. Las entradas del que me miraba comenzaban exactamente en el mismo lugar que las mías. El lunar de la mejilla. El diente roto y empastado.

Todo.

Recuerdo todo.

El extraño que me miraba en aquel espejo idéntico al que había en mi cuarto de baño, idéntico a aquella habitación en la que me encontraba, imitaba cada uno de mis gestos igual que aquella casa imitaba, pieza por pieza, todo lo que yo poseía.

¿Se daría cuenta alguien más de aquel disparate inenarrable?

¿Cuál era aquel lugar desconocido?

¿Cuál era aquella ciudad en la que desperté, reflejo sin distorsión de aquella en la que yo vivía?

Mientras me sentaba en un salón que no era el mío, aunque una mujer igual a mi esposa en cada detalle aseguraba, llorando, que sí, me dirigí hacia el primer cajón de la cómoda.

Abrí, y allí estaba.

Él.

No una copia. No un gemelo.

El mismo revólver que hace meses guardé, junto a una caja de munición que yo mismo desprecinté, tiempo atrás.

Mientras la mujer desconocida e idéntica lloraba en sofá, mientras hablaba por un teléfono que imitaba el mío, cargué un único (por fin algo único) cartucho en el tambor.

Lo apoyé en mi mandíbula.

Recuerdo apretar el gatillo.

1 comentario:

jimbo dijo...

Soberbio como siempre, Senpai. Me ha encantado.

Un besote de Koheigen.