...es el principio y el fin.

miércoles, septiembre 24, 2008

Mi nombre es Alcázar




El aire frío del otoño castellano se arremolinaba. Viento, barriendo hojas y diarios.

- En serio, no te atreves - dijo, mirando desafiante a su compañero.
- Pues claro, idiota - le interpeló, visiblemente ofendido - además, es mentira que esté encantado.

El teatro se erguía firme y poderoso, casi irreal, como rodeado entre la bruma. Ninguno de los dos muchachos sabía que llevaba abandonado sólo treinta años, pero no lo hubiesen creído de haberlo sabido. Viejos carteles que aparentaban un siglo de edad caían vencidos por la edad, presa del tiempo. Sucios cristales rotos atestiguaban que nadie había pasado desde hacía mucho por una taquilla en la que una rata se afanaba en morder un cucaracha, únicos y mudos testigos de una gloria ya caduca.

- Pues yo te digo que sí está encantado - se jactó el primero de los muchachos, subiendo la cremallera de su abrigo - me lo ha dicho mi hermano mayor.
- Tu hermano mayor es un mentiroso, y además es un cobarde - le espetó el segundo, mientras se quitaba el gorro y miraba uno de los altos ventanales, quizá calculando cómo trepar hasta él.

El viento frío de la noche de Valladolid mecía viejos papeles en la acera. Restos de diarios con noticias que los muchachos no entenderían, pistas y claves de una ciudad hace tiempo rendida al sopor, a la desidia, donde los días eran cada vez más cortos y los hilos que manejaban su devenir cada vez más oscuros. Más imprecisos. Más tenebrosos. A lo lejos, lo que los muchachos creyeron un perro aulló a la luna. Hubieran regresado corriendo a sus casas presas del pánico de haber sabido a qué se debía el aullido.

- Pues digo que no te atreves.

*******

Salió sangre.

Poca, y fue más el susto que la herida.

El muchacho se miró las heridas de las manos, la piel levantada y la carne enrojecida. Apenas un rasguño, pensó, para haber caído del ventanal.

- Carlos, ¿estás bien? ¿Te has matao? - la voz venía de fuera, de la calle - dime, mierda.
- No, subnormal, no me he matado - respondió Carlos desde dentro - esto está hecho una mierda, todo está lleno de polvo, como en las pelis esas de blanco y negro de fantasmas - dijo, aparentando menos miedo del que tenía.

Carlos miró en derredor. La luz era escasa, aunque la claridad de la luna y algunas farolas lejanas dejaban caer hilos de luz en el vestíbulo del viejo, muy viejo teatro. Un busto de Lope de Vega le observaba inerte desde una esquina. Los techos eran altos, muy altos, y una lámpara de telaraña resistía colgando el embate de las décadas. Aunque no intacta. A varios metros, abajo y más adelante, su gemela aparentaba en el suelo haber tenido menos suerte.Carlos había esperado ratas, cucarachas, quizá murciélagos, aunque sólo los hubiera visto en las películas.

No lo encontró.

En su lugar, una pálida atmósfera irreal empapaba el lugar. Lo ralentizaba. Todo allí era viejo y roto, y una capa de polvo como de estrellas cubría cada palmo del vestíbulo.

- Carlos, ¿qué haces? - dijo el muchacho fuera, pero Carlos ya no le prestaba atención.

La aire preternatural de aquel vestíbulo tenía un matiz irreal, como si fuese un escenario sacado de una fotografía antigua. En el más absoluto de los silencios, Carlos creyó oír un voz, profunda, grave y lejana reverberando en el suelo, en las columnas. En el mundo. En el viento muerto del interior del vestíbulo.

Caminó, hacia la entrada al escenario.

Carlos dejó de pensar en el dolor de sus manos en el mismo momento en que alguien más olió su sangre.

*****

- ¿Quién anda ahí? – el rugido era monstruoso, la voz que lo profería retumbaba en toda la sala del teatro haciendo agitarse las lámparas, haciendo temblar el suelo - ¿Quién? ¿Quién se atreve?

Carlos ni siquiera se pudo mover. El pánico, el horror, le mordieron los nervios y quedó paralizado. Su pulso se aceleró. Aquello excitó más a la critura.

La corpulenta bestia con voz de hombre avanzó hacia él, atravesando el teatro en línea recta. Si Carlos, si sus esfínteres no hubiesen adquirido vida propia, podría haber olido a varios metros el hedor podrido que brotaba del montruo.

- ¡Maldita sea! ¿Quién eres, niño? – si el rugido no hubiese estado teñido de la violencia de una amenaza de muerte, quizá Carlos hubiese percibido la perfecta entonación y el timbre poderoso, disfrazados de horror y hambre antinatural.

La criatura arrancó una butaca de un zarpazo en su inexorable avance. Otra. Dos más. Como el bosque ante una máquina imparable, Carlos vió a la bestia deforestar aquel teatro. El polvo que cubría los asientos se enmarañaba en una nube imprecisa, y Carlos empezó a llorar por el polvo, por el miedo. Sobre todo por el miedo.

El enorme ser se erguía frente a Carlos. Se arrodilló. Su cara, su fétido aliento y una purulenta colección de pústulas se colocaron a la altura del rostro de Carlos.

La voz grave del engendro ahora sonaba calmada, reconfortante, firme. Aquello sólo contribuyó a asustar más a Carlos.

- No, no, no… - dijo el gigantesco encapuchado – no tienes que preocuparte más. ¿Cómo te llamas?

Carlos no respondió.

El grotesco Goliat volvió a hablar. Profundo y solemnte. Poderoso.

- Mi nombre es Alcázar.

*****

El amigo de Carlos oyó un grito espantoso, pero muy breve, llegando asordinado desde las tripas del teatro abandonado.

Un escalofrío le recorrió el espinazo de arriba abajo. Pensó en correr. Pensó en ir a casa. Pensó en huir. Pensó en dar explicaciones a sus padres mañana, y a los padres de Carlos pasado mañana, pensó mucho y pensó rápido.

Un olor fétido le sorprendió, y poco después dejó de pensar.

Nadie había cerca, así que nadie oyó nada.

A lo lejos, algo que no era un perro aullaba a la luna.

Algunas horas después, rayana el alba, un borracho oiría una voz grave y profunda, cargada de atormentado sentimiento cantar con timbre excepcional un siniestro miserere.

Pero esa es otra historia.

El aire frío del otoño castellano se arremolinaba.

Viento, barriendo hojas y diarios.

2 comentarios:

Ana dijo...

¿Tu pj de Vampiro, la MUscarada?

Max Verdié dijo...

Mi pj de Vampiro, la MUscarada.