...es el principio y el fin.

domingo, noviembre 01, 2009

El niño de obsidiana


Este cuento no es uno de esos con final feliz.

Luego veremos por qué.

Pero luego.

Cuentan...


Cuentan, que un país habitado por niños de cristal, había un niño de obsidiana.

Los niños eran de muchos tipos de cristal. Algunos eran de sal, y otros de cuarzo. Sus personalidades se podían ver a través de sus estructuras. Había niños altivos de durísimo diamante, y niños dulces y gorditos de cristal de azúcar. Niñas ñoñas hechas de rubí y niños de cuarzo blanco que eran siempre sinceros, o de cuarzo más oscuro que a veces se portaban mal.

Sea como fuere, la luz interior de sus personalidades translucía siempre a través de los cristales. Los que eran transparentes dejaban ver sus pensamientos, como pequeñas lucecitas moviéndose por sus pequeñas cabezas de cristal, discurriendo por sus brazos de cristal, desplazándose y fluyendo en sus piernecillas de cristal.

Por eso los niños de cuarzo blanco no podían decir mentiras, y por eso los niños de diamante no caían bien a nadie.

Algunos cristales apenas eran transparentes, pero la luz de sus pensamientos calentaba sus superficies de roca, dejando saber a la gente lo que ocurría en su interior.

Por eso muchos niños siempre querían estar cerca de las niñas de rubí.

Y a ellas se les ponían un poquito más calientes sus mejillas.

Pero había otro niño.

Que no era de cristal.

Se sentaba al fondo de la clase, un poquito avergonzado, incapaz de dejar que nadie viera lo que pensaba o lo que sentía.

Era un niño de obsidiana. Era muy guapo, de piedra negra totalmente pulida, y muy fuerte, y muy creativo, porque era hijo de un volcán, y él podía sentir la magia y la fuerza de esa herencia dentro, bullendo, luchando por salir.

Pero nadie más podía verlo. Por desgracia, las luces de sus pensamientos no podían atravesar la piedra volcánica de color negro con la que estaba hecho. Y el material refractario de su cuerpo no dejaba a sus ideas calentarle las manos, la bragueta, las mejillas.

Nadie, salvo él, sabía nunca qué estaba pensando.

Sobre todo y ni siquiera la niña de cristal de azúcar que, desde hacía unos días, se sentaba junto a él al fondo de la clase.

Y esa cuestión atormentaba al niño de obsidiana, porque el quería que la niña de azúcar pudiese estar segura de que todo cuanto él le contaba era verdad. Que no había doblez en sus palabras, ni en sus sueños, ni en los dibujos que hacía para ella de vez en cuando.

Ni en los cuentos que escribía.

Así que el niño de obsidiana, una noche, después de cenar y de haber hecho los deberes, llevando puesto un sombrero de vaquero, tomó una decisión que contaría al día siguiente a la niña de azúcar del fondo de la clase.

Este cuento no tiene final feliz.

¿Saben por qué?

Porque empieza justo después de que el niño de obsidiana le cuente a la niña de azúcar de hace unos días qué era lo que había decidido.

Así que, de momento y sin final, dejamos el cuento...

(... hasta que la niña nos cuente qué le parece lo que el niño decidió).

¡Buenas noches!

3 comentarios:

Elbereth dijo...

Jooo
Y cómo sigue??

Max Verdié dijo...

Ya te contaré cómo sigue...

Anónimo dijo...

Mar-cos...y el final de la historia?

MUAKS!